Yo lo que quiero es bailar
- Escritura Virulenta
- Jan 15, 2021
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Yo lo que quiero es bailar. Meterme la mano en la boca hasta llegar al centro del cráneo y sacar de ahí un hueso y su músculo, una articulación profunda y atávica, hasta ahora inmóvil, arrancarla y, como una malabarista de la era dorada de la animación femenina, zarandear al aire ese fémur mental con flecos, salpicando de sangre mi rostro sonriente y excitado.
Yo lo que quiero es bailar. Quiero vencer mi verticalidad con las manos en el piso y los pies en lo alto frente a la orquesta, dirigiendo los timbales con rotundidad y ritmo, quiero poner los pies en puño en el golpe del tambor más grave y que mis plantas se curven emocionadas en los gritos del solista.
Yo lo que quiero es bailar. Subir el volumen de la música tanto, tantísimo, que el sonido se convierta en una línea roja entre una oreja y la otra. Una onda incandescente que una mis oídos por dentro e intente con fuerza juntarlos y que los junte de hecho haciendo un punto blanco, sordo. Un silencio en el que todo, absolutamente todo, sea posible. Sea posible un salto sin volver al piso, sea posible un giro de cuadrado.
Yo lo quiero es bailar. Ignorar mi nombre y mi artículo, entrar en el baile desahuciada y pobre, me gustaría sacudir todos mis contactos y quedarme sola con el ritmo, insistir sólo en él, sólo en él, acompañarle segundos más tarde, arrastrándome hasta llegar a sus compases. Que en el espejo lo que se refleje no sea yo sino una brisa desquiciada que se hace colorines en los giros.
A mí lo que me emociona es bailar y yo no bailo bien, y le pongo mucho empeño incluso a su idea, a su universo imaginado. Me apunto a clases con gente con mucha experiencia, y siempre acabo en la esquina, mirando de reojo a los bailarines, que empiezan la clase estirando con proeza, y despliegan un cuerpo posible y confiado. Me pregunto qué hago ahí, por qué estoy tantas veces ahí, si yo no soy bailarina, yo pertenezco a otras funciones. Y me acuerdo de lo que mi madre me decía de pequeña: tú sólo haces aquello que se te da bien. Son esas verdades que no sabes sin son buenas o malas, que te persiguen de seguido y no sabes con qué intenciones. Creo que esa frase me abrió las puertas para insistir en el esfuerzo, importándome poco el resultado. El baile es eso, una insistencia en el esfuerzo, pero con ninguna recompensa. El baile no tiene beneficio, se agota en su función. Quizá sea eso, que necesito hacer algo en lo que replegarme y que no me aporte nada. A mí favor pienso que hay mucha humildad en los que bailamos mal pero aun así bailamos, porque disfrutamos en lo ridículo, en nuestro pequeño jardín de la torpeza y eso para mí es ser feliz, gozar en lo inexacto, sonreír si llego tarde al ritmo, si mi pie no cuadra cuando levanto mi mano, si no puedo imitar pero lo invento. Si me río. Bailar es la risa del cuerpo y el humor es el punto ciego de lo obvio. Se trata de estar en perfecta sintonía con mi posibilidad, exactamente eso mami: hacer solo lo que se me da bien.
Yo lo que quiero es bailar. Juntarme con vosotras, con vuestros músculos y vuestros huesos. Escuchar una banda musical que esté por encima de nuestras posibilidades y quitarnos el frío juntas. Que contemos una historia hasta el final con el cuerpo sin cabeza. Por un rato quedarnos ahí porque luego nos iremos, así que por un rato ahí nos quedaremos, acariciando el aire, caricaturizando el aire.
Yo lo que quiero es bailar.
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