Bailar
- Escritura Virulenta
- Jan 15, 2021
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Bailar. Le gustaba bailar más que nada en el mundo. Yo le miraba mientras me contaba cómo bailaba. Bailaba con su pecho enorme, estático, desde una introspección que sabía cada compás. Bailaba estando sentado en esas sillas de madera rígidas que yo había comprado en ikea de oferta, en esas sillas que ni acolchado tenían, que ni cojeaban. Él bailaba y me llegaba el tempo de esa aborigen electrónica a través de su pasión. Con sonrisas anchas nos bebíamos las melodías del otro y yo le ponía mis sinfonías lentas, de violines, de trompetas, en las que un tenor resoplaba rancheras, baladas, coplas, folk... folclore de todas las raíces del alma, de todas las mutaciones de la humanidad, y él me bebía y temblaba mis tambores, y con su sonrisa ancha me entendía a través de la música que no amaba pero que por ser melodía le traspasaba. Nos comíamos, nos devorábamos sentados en esas sillas estáticas, esperando el momento para poner una canción más. Mezclando lo nuevo, que era él, el mayor de los dos, con lo viejo, que soy yo, la pequeña, la criatura, la crianza. Y nos sorprendíamos de esa pasión que nos llegaban ahí, a ese lado oscuro del pecho que es algo tan de griegos, y tan de conquistadores españoles, y tan de invasores belgas, ingleses, holandeses… eso que abanderaban: nos llegaba hasta el alma y nos dábamos cuenta que los demás no la tenían. Nadie tenía el alma tan embarrada, tan llena de fango de tierra y lágrimas, como nosotros la teníamos esa noche bañada de tequila. Esa noche después de tantas noches de soledad, después de una cuarentena, después de un periodo que éramos solo uno, un individuo, un padre y un hijo, una responsabilidad, una falta de obligación, un vacío de tiempo, éramos solo nosotros mismos y subió con una botella de tequila y dijo: para mí lo más importante es el amor, y yo dije mi emblema de Octavio Paz: el amor ha sido y es la gran subversión de occidente. Y él no lo entendió, porque su alma es muy joven, porque su pasión es muy abrupta, pero recorrió la vorágine de mis labios, se quedó colgado de mi mandíbula y yo me dejé caer precipitadamente por esa nariz que llevaba al caos, al cajón repleto del todo de Pandora, al origen mismo de la vida, llena de espontaneidad, y bailábamos, bailábamos sentados en esas sillas rígidas de oferta de ikea, en esas sillas que todavía mantengo y que me encojen la espalda y el imaginario, y que no me dejan ser sin ese momento en el que en mi casa de soltera llegó un hombre y me dijo: el amor es lo más importante y me sonrió como si el mañana fuera ahora mismo y el pasado se mantuviera en ese pentagrama de incisivos y mi historia se redujera a ese momento, que creí banal y cotidiano.
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