top of page

Uno y dos

  • Writer: Escritura Virulenta
    Escritura Virulenta
  • May 15, 2020
  • 4 min read

1.


"Quiero leerme el cuerpo en voz alta" me susurró al oído. Se precipita al desgano y me deja su corazón latiendo sobre la mesa. Pienso regularmente en el cuerpo, en el cuerpo joven, en el cuerpo insatisfecho. Una amiga me telefonea y me cuenta que su peor pesadilla es la que estamos viviendo, confinados y pandémicos: desabastecimiento, paranoia social, la experiencia viva del Apocalipsis.

Me pregunta cuál es mi peor miedo. Me quedo callada. Mi peor miedo también lo estoy viviendo: reducirme al cuerpo, hasta dejar de sentirlo también a él. La insatisfacción de no estar viviendo la vida al máximo. (¿Y eso qué significará?). Le cuento que cuando era pequeña, alrededor de los seis años, sufría ataques de pánico relacionados con el tiempo. Y cuando me descubrían llorar, cristalizada en la angustia, les explicaba "es que todo pasa muy rápido".  Mi amiga me escucha atentamente como quien intenta comprender un malestar ajeno. Me dice que pruebe ciertas cosas, le digo que debería profundizar en ellas pero que las he probado todas. Trato de no preocuparla y huir de la confesión diciéndole algo contradictorio: "mira que ya no me pasa eh". Se silencia y luego asiente soltando un "Mm". Ésta es una mujer sabia. Me cuenta una anécdota de su novio Jesús, cuando era chico. Estaba sentado en la vereda, inmovilizado, observando algo en particular. La madre lo llama, intrigada. Le pregunta que qué es lo que hace. El pequeño gira la cabeza y con una sonrisa responde: "estoy viendo la vida pasar". Fiestas de Año Nuevo. El patio de la casa de la tía Carmelita. La mesa esta repleta de huevos rellenos. De ensaladas, de arrollados, de carnes, pimientos, colores, flores, manos que se sirven, adornos, luces, olores, medianeras musicales, tíos, primos, abuelos, abuelos de otros primos, las calles vacías, que pongamos la mesa, que lleva esta bandeja, que anda lavando los vasos, que la cristalería para el brindis, que si alcanzan las sidras, el cielo estrellado festejando con nosotros y con el mapamundi gregoriano el milagro de otro año nuevo. Terminamos de comer, es la hora del espectáculo. Mis hermanas se durmieron, algunos otros pequeños andan traficando pirotecnia por debajo de las mesas. Yo espero ansiosa el clásico de todos los años: La escena griega. Resulta que Juan Carlos y el Negro solían disfrazarse con túnicas blancas atadas al extremo de uno de sus hombros, ponerse unas ramas en el pelo y recitar, luego una  entrada minuciosamente pensada y algunos pasos de comedia, la misma línea: -¿Hay alguien ahí?- exclamaba Juan Carlos mirando al horizonte -¡Soy, yo!- respondía, entusiasta el Negro Entonces llegaba la parte más graciosa de todas. El público esperaba lo mismo de siempre, con renovadas ganas y escuchaba, atento, como si hubiera sido la primera vez. Recuerdo mirar las caras de la gente y pensar, maravillada: "quisiera generar yo también estás miradas". Juan Carlos recitaba así su última frase:  -"Si la vista no me engaña, veo a Fausto en la montaña!" A lo que el personaje de El negro, dado que ninguno tenía nombre, replicaba decepcionado: - "¡Si la vista te engañó andate a la puta que te parió!" Al parecer el único chiste era la estética griega y la confusión. El Negro no era Fausto.  La audiencia se descostillaba de risa y aplaudía, orgullosa del número que habían montado año tras año, confusión tras confusión. Actuar para mí es revivir y valorar el tiempo. Es un festejo. ¿Y de qué otra cosa podría trabajar una sagitariana? La repetición no existe porque el cuerpo nunca es el mismo. Está trazado por la experiencia constante. Mi cuerpo me pide recitar con entusiasmo algo que nos una y nos produzca sentido. Una actriz confinada es un cuerpo preso. Pero me digo basta y salgo a caminar, con Liv Ullmann bajo el brazo, una mujer que ha nacido muchos años antes y un día después que yo. Me compro unas chucherías y leo mientras paseo. Una frase me hipnotiza: "Creo en la vida eterna porque la estoy viviendo". Levanto la mirada y bajo el libro. Sin darme cuenta la estoy recitando en voz alta. Una mujer pasa a mi lado y me mira con desconcierto. Es mi cuerpo señora, quiero decirle. Es mi cuerpo en voz alta, un cuerpo que se filtra por todos lados. Un cuerpo esponja que no ve la vida pasar, que traduce la existencia a través del cuerpo. 2. Cómo se puede querer tanto? Pienso en una actriz. La pienso con el cuerpo de sus treinta años y con el de ahora.  Tengo en mis manos los escritos jóvenes de una escritora mayor. Y mientras pasan las hojas, caminamos tomadas de la mano. Camino por Oslo, habiendo encontrado la aurora. Trato de entender o dejar de entender. El arte me permite estar sola, en compañía del mundo. Huequitos del cuerpo habitan sensaciones que únicamente yo puedo experimentar. Toda traducción requiere una pérdida de sentido. A veces no sé qué hacer con el cuerpo. Busco la verdad y la aurora. Y cuando corro la cortina está ahí, detrás de las nubes, esperando que llegue la calma. Abro el libro. Me encuentro con una mujer a la que no conozco y a la que quisiera abrazar. Me da esperanza saber que en el medio del sinsentido de nacer sola, saliendo de otra persona, fabricamos una comedia en donde nos reímos todxs juntxs. En donde compartir es un acto de fé y expresarse vulnerable puede producir telepatía. La humanidad se eterniza, ahí.




Comments


Escritura Virulenta   2020

bottom of page