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Uno Nueve Nueve Cinco

  • Writer: Escritura Virulenta
    Escritura Virulenta
  • Sep 25, 2020
  • 3 min read

Updated: Dec 5, 2020



Observo las matrioskas barrigudas que me regalo N para la consulta cuando la estrenamos. Qué barrigudas son, pensé después de agradecerle el regalo cuando me las dio. N sabe que me gustan estas muñecas que contienen otras versiones de sí mismas más pequeñas en el interior de cada una. Suelo utilizar la matrioska en terapia para que la gente la desmonte y  ponga a jugar a las muñecas entre ellas simulando que son distintas partes de su persona, las que muestran, las que esconden, las que ni si quiera conocen ellas mismas ni los demás. Qué le dice la más grande a la diminuta? Qué le responde la diminuta a la más grande? Cuánto tiempo ha estado esa de ahí silenciada? Cuál de todas sostiene cada día tu discurso? Quién habla cuando tiemblas? Quién consuela a las demás? Cuál es la más insoportable? Cuál es la que mejor te cae? Y la gente, por lo general y tras sacudirse los prejuicios y las resistencias, entra a jugar con sus muñecas y se deja llevar. Porque cuando jugamos todo es más fácil, se despliegan las reminiscencias de nuestra infancia lejana y dejamos que la imaginación fluya. Es fascinante como, desprovistos de la censura adulta, construimos un relato de nosotros mismos más genuino, más auténtico. Lo que digo jugando, lo digo con el corazón. Si me asusto de lo que digo, hago crucis, digo casa, y el juego se detiene hasta que me sienta con ganas de volver a participar.


Con mis matrioskas en frente, todas, hasta la diminuta que suelo dejar dentro de la barriga de la penúltima, me pregunto a dónde queremos viajar en esta máquina del tiempo que nos han prestado esta semana y que también es de juguete aunque no por eso no es real. Al principio, cuando la traje a casa y la puse en la mesilla de noche, estaba convencida de que viajaría hasta el pasado reciente, primeros días del año 2020. Recordé entonces las felicitaciones de año nuevo, el beso de Jacobo después de las uvas , esa tristeza tan otra ante las muestras inequívocas de la vejez de mi madre, las proyecciones que hacíamos M y yo para la nueva década. Recordé que a ambos nos gustaba la cifra redonda, los doses y los ceros. Además pensaba, este año mi mejor amiga se casa, voy a inaugurar mi nuevo local de trabajo, y manejo con serenidad el rencuentro con G 10 años después. Todo lo que apunta a que Soy una señora privilegiada que se encamina a sus 36 años y está donde quiere estar.


Pero no, ese viaje no. Ahí ya puedo regresar con los recuerdos porque los he repasado a conciencia estos meses. Basta de nostalgiar el preludio de la pandemia. Cuando no podíamos advertir el desastre que se avecinaba aunque el mundo ya fuera un lugar de mierda. Al futuro tampoco. Qué desasosiego. No quiero jugar a la vidente, me da mala onda. Además mi narcisismo me lo impide: Y si descubro que ni siquiera estoy?


Hoy sólo quiero viajar con mis matrioskas al verano de 1995 porque aunque se que fue el mejor, ya no recuerdo porque. Lo sé porque lo dicen mis cuadernos, lo sé porque escribí compulsivamente esa fecha en los pupitres del colegio, lo sé porque la utilicé como contraseña en mis primeras cuentas, lo sé porque raye con las llaves la madera del ascensor de casa de mis padres unas cuantas veces con esos números Uno Nueve Nueve Cinco. Me lo escribía en la muñeca y decía que era un tatuaje.


Quiero viajar al verano del 95 porque ahora sólo quedan los vestigios de un anhelo que debió de ser parar el tiempo ese verano en el que el juego siempre era divertido y mis muñecas y yo, nos sentíamos a salvo. 

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Escritura Virulenta   2020

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