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Una carcajada pirotécnica

  • Writer: Escritura Virulenta
    Escritura Virulenta
  • Apr 25, 2020
  • 2 min read

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Si yo tuviera que hablar de aquel día en el que empecé a reírme a lo grande, el día en el que nació la carcajada pirotécnica que tengo, de carnaval carioca y fosforita a la que nadie se resiste, necesitaría quién sabe, dos o tres cigarrillos y un salón repleto de invitados, y yo de pie en falda de botella, no querría que esta historia no tuviera altura de palco, digo yo, que se sentaran donde fuera los presentes, en los brazos del sofá y allá a lo lejos del pasillo algún tímido que teme mi contoneo de latina, y se alisaranlas prendas al yo tomar aire, y dos o tres carraspeos previos en el preludio de la historia, alguno levantaría en son de brindis su copa hacia mi pecho y con ese son movería yo las manos como hojas caen del cielo y levantaría la barbilla a toda cámara que enfoque hacia mi historia de recuerdo. Fue un día ustedes saben en los que había cuarentena y ya rozábamos los cuartos del final de la cuaresma, yo llevaba sin ver pasto ni me acuerdo y en mi casa todo visto hasta el canal de machos alfa y nunca supe en qué momento perdí el norte y se hizo abismo. Las puertas de mi estancia eran paso de pantalla, no había ni un segundo en que no quisiera abrirlas esperando un tiarrón bello con mensajes del futuro. Imaginaba su visita con las piernas bamboleando, “traigo sexo, fruta y vino y un coche espera abajo en ralentí hasta que tú llegues y nos vamos a la playa con bikini y vemos memes”. Imaginaba cual princesa en lo alto del castillo y pasaron cien mil meses y no vino un ser humano a mis barrotes con visillo. Los aplausos de las ocho yo pensaba eran para mí, y cuando miraba en el espejo no veía esa gala que hasta ahora merecí. Me pudrí entre tantas horas, vaticinando el fin de mundo que cociné como romanos y aparecieron las arrugas en los ojos como asteriscos son los anos. Se caducaron mis hormonas y las ropas del armario dieron vuelta a toda moda y en un abrir de ojos me volví una cuarentona. Mi biblioteca era un paseo y me leí hasta instrucciones, no hubo mecanismo de nevera o batería sobre los que no planearan mis aburridas convicciones.

A todo esto yo os contaba que la gente me escuchaba mientras yo rimaba necio, ya les digo que perdí hasta el chicle entre palabras, quería contarles no más que en el final de moratoria, ya no había escapatoria, quise abrir la puerta para por fin darme victoria y en la mano me quedé con el pomo de la puerta divisoria, fin de la historia.

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