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Sexting

  • Writer: Escritura Virulenta
    Escritura Virulenta
  • May 29, 2020
  • 5 min read

Ayer recibí una llamada de Antonia, me propone hacer sexting como teletrabajo. Remunerado. Me parece antropológicamente interesante. Esta frase antropológicamente interesante la estoy usando muy seguido y me siento casi una dama intelectual cuando la digo. El adjetivo interesante en sí mismo no me dice mucho. Digno de captar mi interés. No es muy difícil en verdad. Las cosas más estúpidas pueden llamar mi atención. El sexting consiste en tener sexo cibernético, hacer sexo con el móvil, hacer sexo a distancia, hacer sexo con desconocidos y desconocidas a través de una pantalla. Construir fantasías vulgares en el imaginario de otra persona mientras esta se masturba. Sustituimos los gemidos por palabras, las caricias por palabras, los latigazos, los mordiscos, los arañazos, todo. El trabajo sexual también se puede hacer teletrabajando, y a veces es más satisfactorio para los receptores hambrientos, según encuestas recientes. Puesto que, en su mente no hay restricciones, pueden ser tan retorcidos como ellos quieran. Sin que nadie los juzgue, al fin y al cabo, son solo palabras.


Hoy es mi primer día ciber-trabajando. Son las ocho de la tarde, me he puesto el vestido burdeo que tanto me gusta. Me siento salida de una película de los años 60s, me serví una copa de vino tinto, y de fondo he puesto a Mina- il cielo in una stanza en el tocadiscos. Estoy esperando que entren las notificaciones de mensajes eróticos. Me he pintado los labios y he manchado la copa. Quiero quitar la mancha y en ese momento me descubro sola y sé que no es necesario. Cuando eres puta tienes que sostener un personaje y que la gente no se dé cuenta que tanto dejas de ti en cada polvo. Estoy frente al ordenador y soy yo. Me pregunto si la gente que está del otro lado se sentirá tan expuesta como yo en este momento. No sé si se me da bien escribir, pero follar se me da de maravilla. Eso dicen. Sé que hay días que se me da regular, pero hay mucho morbo en usar tu coño como caja registradora, y la verdad no me hace falta fingir ningún orgasmo. Creo que al igual que a los solitarios pajeros cibernéticos, a mí me gusta crear una realidad alterna. Me pone pensar que yo y esa persona tuvimos un pasado o tendremos un futuro, aunque sea mínimo. Me gustan los roles y los juegos de poder. Sostengo una mucha intimidad con la mayoría de mis clientes, algunos me escriben cartas y otros me hacen ofrendas. A algunos les he trasmitido el amor por la música italiana y la poesía. Antes de follar les propongo que me lean poesía y si el tono de su voz me lo sugiere, me desvisto lentamente. Como dejen de leer me visto de nuevo.


De momento los mensajes no son nada sexuales o pasionales, les interesa saber mi nombre, edad, y mis pasatiempos. ¿Qué significa esto? Yo pensé que de lleno empezarían a guarrear el ordenador, a lamer sus móviles, a pringarlo todo de fluidos corporales solo con imaginarme entre sus piernas. No me desagrada hablar con ellos, pero no es lo que yo esperaba. Detengo el tocadiscos y veo el atardecer un momento. Necesito aire. Estoy escribiendo, escribiendo cartas como Anais Nin a Herny Miller. Escucho el sonido insistente de las notificaciones como un aullido, un llamado gimiente y expectante. Pongo el tocadiscos de nuevo. Estoy acostumbrada a que las palabras que buscan en mi ahora, estén inscritas en mi cuerpo. En el movimiento de mis caderas al caminar lento frente a ellos, con un cigarro y mi mirada lasciva. Me gusta que besen el suelo donde yo camino, que hagan lo que yo digo. Puedes sostener varias conversaciones a la vez si así lo quieres, pero una persona ha citado a Foucault y el corazón se me ha salido por la boca. He cerrado todas las demás conversaciones terminando con un orgasmo textual.


Yo quiero leer tu cuerpo, encontrar nuevas palabras debajo de tus uñas. Lubricar tu boca con intertextualidades. Narrarte entera - del usuario: nosoyborges24. No doy crédito, nunca en todos los años de mi carrera artística performativa sexual, había encontrado alguien que me sugiriera palabras suyas y no de otros. Me pone. Estoy sintiendo como mi cuerpo se vuelve tibio. Siento una diferencia palpable entre el fresco que entra por la ventana acariciando mis piernas, y mi piel. Mi piel se ha vuelto cálida y no hemos llegado aún a hablar de mi coño. Eso me pone aún más. Le sugiero que en lugar de masturbarse como normalmente lo haría, ponga una almohada entre sus piernas y se mueva sutilmente. Que se deje acariciar y cierre los ojos. Yo estoy sentada frente al ordenador y el vino se ha terminado. Estoy caliente. Me estoy comiendo la pantalla. No soporto más este vestido. Me lo quito con la delicadeza que lo haría si alguien me estuviera viendo. No llevo nada debajo y la ventana del balcón está abierta. Me gusta imaginar que mis vecinas y mis vecinos me ven, y hablan mal de mí. Me siento sobre la cama. Dejo que me acaricie todo el cuerpo. Me dejo llevar por el placer y me toco los labios con la punta de los dedos. Me tumbo sobre la cama y arqueo mi espalda. Le pido que se desnude y se arrastre por el suelo suplicándome, que llegue a mis pies, lama mis dedos y muerda mis tobillos. Yo tomaría el control. Le mordería el cuello hasta que sangre un poco y le cedería el control con la mirada. Ahora me tiene contra la pared. Lamo su boca. Susurra mi nombre al oído. No puedo más. Me siento sobre el escritorio y tocándome le escribo: Fóllame. Siento espasmos de placer por todas partes. Ya no sé si gemir o respirar o si es lo mismo. No sé si hay alguien en mi habitación o si estoy sola. No sé cómo he perdido el control de mi cuerpo, pero ya no me pertenece. He lubricado mis manos tanto que resbalo suave y muy adentro. Me acerco. Jadeo. Estoy casi ahí. Puedo sentirme el latido del corazón en el coño. Tiemblo. No sé mi nombre. Me tiene a cuatro. Cómeme el coño. No te vayas. Ya casi llego. Mi clítoris late. Jadeo. Grito. Araño mi cuerpo. Tu lengua muy adentro. Me corro. Fóllame lento. Me corro y tiemblo. Me desvanezco. Estoy desnuda en el suelo de mi habitación con una sensación de paz de nube y de vulnerabilidad. Qué bueno que no puede verme tan indefensa. Nos despedimos. Le digo mi nombre verdadero y le pido que la próxima vez que folle con alguien le susurre mi nombre.

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Escritura Virulenta   2020

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