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Sentarse a bailar

  • Writer: Escritura Virulenta
    Escritura Virulenta
  • Jun 26, 2020
  • 6 min read


En aquellos momentos en los que la angustia subía al nivel de la nuca, en esos momentos en los que no podía defender ninguna versión de mí misma y la naturalidad era un hielo seco que nunca se derretía, me senté a bailar. Me llevaba al extremo de la casa y buscaba encerrarme entre las paredes como un animal que en un lugar alejado y solitario se abandona. La salida era ubicarme en las tripas de la última matriosca y cerrar la puerta de la habitación con la lentitud dura de un acto sagrado y fundamental. Para el arranque, elegía tres o cuatro canciones que me ponían los ojos en blanco y me sentaba a esperar la contracción, el latido inevitable que ensordeciera aquello que desconocía, aquello que conocía bien.

Suena un directo, un público animado reclama con decisión y palmas a la diva, oigo un cascabeleo, arrebata una batería que ametralla el momento junto a un teclado, la construcción espontánea de una catedral completa en el aire, una fábrica engranada de coro que aúlla con dios ya aparecido. Es veloz, la divinidad ya estaba en esa iglesia en los primeros diez segundos y el éxtasis abofetea a los presentes en la primera nota. Mi cuerpo reposa sobre el piso y aquello ni despejó ni se sobrepuso a las espesas capas sociales de mi espacio tiempo. Ni al estado de alarma de mi ciudad, ni a los colegios y comercios cerrados, ni a los hospitales colapsados con gente asfixiada en los pasillos, ni a las ambulancias circulatorias de las que salen cuerpos enfundados en trajes espaciales para llevarse a la gente a morir alejada, ni a las enfermeras con forzosas bolsas de basura protegiéndoles el cuerpo, ni a mi privilegio inmunizado e ignorante que sigue respirado. La pandemia juega con el intercambio y la pertenencia del aire. Siento el temblor de una ciudad entera en mi pulmón derecho. Mi padre está enfermo, me han hecho un erte, estoy esposada a mi casa, un decorado impuesto y novedoso en el que tendrán que concurrir realidad, duración y repetición, y el reloj de cuco ya no suena más. Siento el temblor de mí en mi pulmón izquierdo. Intercambio aire pero lo que me pertenece es el polvo. Estoy en posición fetal todavía escuchando el último susurro del terror exterior, el último pánico me respira en la nunca y se resbala por mi mejilla la última lágrima del día. Lo que suena es My Sweet Lord de Nina Simone. Algo se ultima siempre cuando llega la música. Algo se ultima siempre cuando llega la música. Me espasma un pie, me tiritan los músculos, en el gesto inicial están todos los recorridos, y de pronto tengo el cuerpo boca abajo con la cabeza girada a un lado y extenuada ante el devenir de mi pensamiento siento que no voy a poder bailar hoy. Algo comienza cuando llega la música, la consolación.

Abro los ojos. Nina grita I really wanna see you. La primera mirada es la más cercana, lo que veo está a menos de cinco centímetros, el detalle de lo inmediato, el espacio pegado en el que yace mi cuerpo. Miro como mira un bebé cuando nace, miro el suelo, los canalillos de las tablas, el polvo, me miro una mano y sus surcos. Todo es inmenso, estoy rodeada por una infinidad de pequeñeces sobre las que voy posándome. Mis ojos son diminutos amaneceres y lo próximo es un universo de motas, dermis y pelos. Recorro las cercanías de mi piel limítrofe y el cuello acompaña el rastreo del cadáver de batería que soy. Descubro, nombro sin palabras, reconozco en esta batida la presencia de mi dimensión, sin jerarquías. Este es el cuerpo en el que existo. El túnel de aire, la enfermedad, la extinción individual, el todo y la nada que carcome, aquí está su lecho. Después de ver el desierto inmenso e infinito de mi hombro quedo sentada como una marioneta con las cuerdas rotas.

Nina grita I really wanna see you. La segunda mirada tiene un metro de distancia, me puedo mirar el pie desde arriba, entiendo la estructura de las cosas, asimilo la longitud de los objetos, la distancia hasta ellos. Hay un hipo en la música, un chasqueo histérico y fibroso, un romper cristales con sonrisa, asimilo que estoy en la tripa de la matriosca, mi despacho, la silla rota, el tenderete, tirito con pequeñas sacudidas, reboto de a poco, suelto la mandíbula hasta que la boca me queda como un maletero abierto. El aquí y el ahora es, aquí y ahora, un ejercicio para forzudos. No alcanzo a ser humano así que soy animal, mi mantra es físico, no tengo palabras y bailar es previo al lenguaje. Esa es la mejor versión de mí misma, la que no encontraba, la que nadie encuentra, y la voy a defender en absoluta soledad. La independencia desesperante. Estiro el brazo derecho porque sí, pateo el aire por detrás, la cadera se orienta hacia la izquierda y mi cabeza empuja hacia delante. Me acerco a los objetos circundantes como si fuera a oleros, a mearlos, pero los palpo con el tramo de piel que sea y se eriza su reflejo opuesto. Me recorre el alto voltaje de los objetos, la intimidad de las cosas, su suciedad infectada, plagada, quizá exenta, quizá volátil. Nina y sus coros están en éxtasis terrenal e infinito, ya no está el miedo que me respiraba en la nuca porque ha tomado forma en las vetas de madera del armario. Hay una cara malvada y feroz que me proyecta su ira directa, me yergo y mis ojos son dos faros que la alumbran y la van a cegar. Tengo una conversación reptiliana con ella, aprieto los puños, aprieto la mandíbula, te puedo hijadeputa, me falta un colmillo pero soy ninja en la danza. Ríndete, delirio. Me doy la vuelta ágilmente y abro espacio con la mirada.

Nina grita I really wanna see you. La tercera mirada ve las composiciones, la habitación al completo, las paredes, sé cuánto espacio ocupo, lo interiorizo. Salto, salto con todo, mi hermano salta conmigo cuando salto, mi amiga salta conmigo cuando salto, nos sacudimos juntos, me ubico en la esquina y salto, me ubico en el costado y salto, rompo la verticalidad de mi eje y mi pensamiento es una voltereta arriesgada y aleatoria, lo he conseguido, siento la libertad insoportable y no tengo ninguna consigna de movimiento, atravieso a brincos todas las fases de la desescalada, las repliego sobre sí mismas, soy asimétrica, multidireccional, expansiva y compacta. Me choco con todo lo que me rodea y sonrío con los brazos, extiendo las manos y sacos los dientes de mis dedos. Cierro los ojos y los abro en el rugido gargántico y entrañal de Nina.

Nina grita I really wanna see you. La cuarta mirada atraviesa los muros, subo el volumen del góspel con mi deseo, y mi casa late conmigo cuando lato, mi barrio es una cama elástica convulsa, hago botar a mis vecinos, se les sueltan los codos en ondas expansivas, hemos perdido la paciencia, esto es un aquelarre, estamos en la iglesia fosforita. Nada más está pasando que esto. Los hospitales congelan el dolor, tiemblan los tubos, se les insuflan las cien baterías en paralelo de Nina Simone, el bajo les hace asentir con el cuello, sí a este momento, sí a las consecuencias del baile, cuerpos de ojos cerrados con los ojos abiertos. Sudor satisfecho, lágrima de orgasmo recorriendo las lumbares.


Nina grita I really wanna see you. La quinta mirada es teatral, sé lo que pasa a mis espaldas, sería capaz de agarrar al vuelo la manzana que cae tras de mí. La cojo y la lanzo rompiendo el cristal de esta ventana mayúscula y nasal, cae y en rebota en la calle de un mundo que ya no existe tal como era hace diez minutos. Bailo esta idea profunda y amarga, estoy sudando por dentro y el inconsciente muscular es gasolina. Mis movimientos espasmódicos empujan a la gente a la calle, espolvoreo la música de Nina que es un trance de 7 minutos que me parece la canción más brutal jamás escuchada, le pongo solo cabeza a eso, la canción brutal, las máquinas de la fábrica trabajan a la vez, locas, sumisas y amables por un ritmo al que nuestro cuerpo no se resiste, vemos a la divinidad, hemos vencido a las fuerzas del mal.


Nina grita I really wanna see you. La sexta mirada es hacia dentro. Me doy las gracias. Tengo un flato universal, estoy empapada de mi propio placer, soplo, tengo aire. El coro grita aleluya. Doy las gracias.


Nina grita I really wanna see you. I wanna see you, my lord. Salgo de la habitación. Salgo del portal. Mis ojos son dos faros, dos pequeños amaneceres, dos láseres que atraviesan muros, la mascarilla frena mi aliento agitado, I really wanna see you, but it takes so long, my Lord.

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Escritura Virulenta   2020

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