Querida olvido
- Escritura Virulenta
- Jun 19, 2020
- 4 min read

Querida olvido,
Esta es una carta al vacío, una carta en conserva para eso que con esperanza llamamos futuro.
Tenía ganas de escribirte para sacar con los dedos algunas ideas enredadas en mi ventrículo izquierdo durante estas semanas de confinamiento. Lo haré con delicadeza y mimo, tratando de ser concisa, aunque te advertiré de que tal vez tengas que poner algo de tu parte para suplir las carencias de mi intento.
Las pequeñas cosas y los grandes eventos. Hace unos meses Mer lanzó una pregunta en uno de sus textos: ¿quién seré yo cuando esto acabe? Irene, que es oteadora de lo profundo y sabe de estas cosas, tiene razón cuando dice que todavía no podemos sacar conclusiones de este malpaso y que seguramente no vayamos a aprender nada como humanidad. Me entristece. Suenan voces por doquier, hoy escuché decir que seguramente este periplo nos sirva únicamente para afianzar nuestros hábitos, es decir, nuestras realidades; por eso aquellos de las cacerolas reivindican una libertad con etiqueta bordada en Bangladesh mientras que otros atesoramos el silencio de la simplicidad y recogemos entre la cuenca de nuestras manos el sonido de la valentía. Porque si en algo todos coincidimos es en reivindicar aquello que creemos que nos corresponde: la vida. La vida como queremos vivirla.
1. Moría: insensatez, locura en griego antiguo; en castellano: pretérito imperfecto del verbo morir. Usamos el pretérito imperfecto para hablar de acciones habituales en el pasado, de ahí la imperfección, ¿para qué pasar mucho tiempo realizando una acción?. Moría, por tanto, en frases como moría por aquel entonces, tendría un significado en griego como: transitaba la locura, era completamente insensato; o lo que es lo mismo: estaba completamente conectado al cosmos, a la lucidez. Esto conecta perfectamente con el concepto castellano y me imagino tomándome un coñac con San Pedro y otros allegados, diciendo: sí, en aquel entonces yo tenía la virtud de morir un poco cada día, ¿no les ha pasado a ustedes?
Durante estos meses en los que pestañear ha sido ruidoso he tratado de conectarme con eso que se necesita para entender un poco la vida: la muerte. Para ello hay que desprenderse de la cordura, del mundo de las formas. Esto además me justificaba mi inacción fuera de mi yo, lo que me supuso mucho cargo de conciencia en un principio, y he necesitado tiempo para entender que también a través de mi pensamiento puedo aportar algo. O tal vez esto es solo una excusa que necesito narrarme.
2. Amor. Me gusta como suena en bosnio: ljubav. Ljubav, como si te mojara, como si te calara hasta lo más hondo. En soledad he aprendido también del amor. Desde el encierro de nuestra parte más física he aprendido que podemos estar conectados sin usar palabras, sin mirarnos, sin saber en qué punto del globo estamos. De repente llegaron cartas, llegaron mensajes de antiguos amigos, se desarrollaron nuevas amistades, sólidas, y como algo mágico que no sé explicar, hasta el solo hecho de pensar en alguien tenía una influencia en esa persona que causaba, de algún modo, una reacción tal para que esa persona soñara contigo, te llamara o recordara alguna situación compartida. De pronto la superficie de nuestro mundo se llenó de cordones, que como dice Paloma, nos conectaron unos a otros. ¿Qué fuerza más grande que el amor podría mover lo inamovible? Yo quiero seguir siendo amor.
De la inmensidad del morir y del amor, a lo pequeño de la vida. Todo se resignificó, las pequeñas y pausadas acciones volvieron a ser placenteras: cocinar durante horas, reparar viejos trastos, pintar la casa, cuidarse -sí, cuidarse, porque me vi mayor, gris, apagada, fea y empecé a maquillarme durante este periodo. Aprendí que esta máscara también es una posición ante la vida y una declaración que asume el paso del tiempo, una forma también de reponerme, una muleta, un apoyo artificial extra, pero válido-. Otros hábitos deleitosos rescatados: comprar flores, plantas y dedicarles tiempo, amasar palabras, recolectar ideas de papel, aprender que necesito cariño y tomar decisiones para salvarme del dolor de no tenerlo, engañarme después y volver a sufrir el mismo dolor.
3. Nada. El pronombre indefinido nada procede del latín nata: nacida. La evolución de esta expresión a un sentido negativo se produce por nati, nacidos, al cual se le daba también el valor de el género humano. Aquí se crea la disyuntiva: nada, en bosnio, significa esperanza, está conectada aún a esa simiente griega. En castellano, en cambio, ha asumido que el género humano es decepcionante, por eso tiene ese significado absoluto que conocemos: la nada. La decepción de la humanidad para con ella misma. ¿Será por ello que, a pesar de todo, los bosnios son más pasionales, que su moría está más presente? La nada española me abruma, por ello este doble juego de significados me parece el gran misterio de la vida y me lo repito constantemente. Una y mil veces nada para poder entenderlo. ¿Acaso habré llegado a rozar ese misterio cuando en unos años relea esta carta en conserva?
Del colectivo y las pequeñas cosas: este es mi manifiesto. Esto es lo que quiero ser después de este tiempo. Ser más siendo menos. Quiero ser, como dicen los ingleses, más real. Más real como humana: quiero ser humanidad. Llena de muerte, de entusiasmo, de ljuvia, de nada.
Comentários