Carlitos, un gran muertito
- Escritura Virulenta
- Mar 5, 2021
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- Bang, bang! Estás muerto!
- Carlos, Carlos, ¿estás bien?
A Carlos le gustaba emular su muerte desde niño.
- Hola, cariño, vamos, levántate del suelo y ayúdame con la compra.
- Mamá, ¿te has asustado al verme?
- ¡Casi me da un infarto! - y Carlos reía como si eso fuera lo más divertido que existiera.
- Carlos, eres el mejor muertito que existe- le decía su abuela, arrugada, tierna.
- Abuela, ¿y tú de qué quieres morir?
- Yo de un suspiro.
El roto de la muerte era un juego. En la cocina esparcía cristales y con un poco de salsa de tomate tenía un desangramiento perfecto. En su cuarto pegaba creativamente cartulinas negras en la pared de la esquina, prendía fuego a unos papeles en la papelera y se embadurnaba con las cenizas. En la despensa esparcía las ollas por el suelo y se tumbaba en una posición incómoda. En el baño escribía mensajes de amenaza en el vaho del espejo y reproducía un cassette con cacofonías.
- Carlitos, cariño, eres el mejor muertito que hay -le decía su abuela, desdentada, reseca.
Carlos, Carlitos, jugaba con el hacha de su padre, se enterraba entre las hojas del patio trasero, aprendía a hacer los nudos de la soga, admiraba los pájaros que alimentaban a los gusanos del jardín.
- Mamá, ¿yo algún día seré un nicho de gusanos también?
- Bueno, eso no te lo puedo decir con seguridad, mi amor.
- ¡Por qué no, por qué no, por qué no?
- A ver, Carlitos, sentémonos un segundito.
Su mamá le preparaba torrijas, buñuelos de calabaza, leche merengada. Servía la merienda sobre un mantel de flores en esa cocina siempre cálida de su casa.
- Carlitos - le pellizcaba-, ¿te duele esto?
- ¡Ay, sí!
- ¿Y si te digo que no vas a poder jugar en toda la tarde también te duele?
- ¿Siiii? -dudaba- ¿por qué no voy a poder jugar en toda la tarde, mamá?
- ¿Y si te digo que a partir de ahora no vas a poder inventar más historias y que vas a tener que trabajar haciendo recados de sol a sol, sin descanso, también te duele?
- Sí -Carlitos se iba poniendo más y más triste.
- Bueno, y si te vuelvo a pellizcar, dime, ¿qué es lo que te duele más?
- Mamá, ¿es verdad que voy a tener que trabajar y que ya no voy a poder jugar?
- No, no es verdad, cariño. Termínate la merienda y ve a pensar en eso de ser un nicho.
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