Punto Rojo
- Escritura Virulenta
- Apr 11, 2020
- 3 min read
Si los poetas saben mejor que nadie lo que es la primavera, dirían que la de 2020 fue solo para los animales, que los humanos quedamos censurados. Rimarían con la palabra escarmiento.

Tengo unos diez vecinos ubicados. Y esto nada me importa, porque ahora estoy atravesando el mal humor, el enojo, les tengo manía a todos. Quiero sacar la cabeza por la ventana y dejarles claro que me dan igual, que me molestan, que yo no soy como ellos. Estos arranques de mí misma me revientan y solo me calma reconocerlos. Cuando me perdono, veo a los vecinos de otra manera y empiezo a tenerles cariño, a admirarles incluso. Me dirigiría a ellos y les preguntaría desde mi ventana: ¿chicos, no os parece que esto es pasado, es antiguo, es de tatarabuelos, de libros amarillentos? ¿Habéis firmado un contrato con esta realidad? La mía, mi realidad, tiene un contrato precario, empieza y termina solo en una conciencia intensa de mi cuerpo. Toco mis uñas, los bordes crecidos de los días, carcomidos, siento mis dientes erosionados, veo cabello en el suelo, un pelo en la barbilla, cómo pinchan mis piernas después de la última cuchilla apresurada, los dedos amarillentos del tabaco, mis gases, el crujido de mis huesos. Lo que pasa más allá de mi cuerpo aún no puedo narrarlo. Es una suma inmensa de restas. Mer me dijo que esta calle tenía algo de soviético. Ventanas amplias separadas, paredes beis, edificios tranquilos y contundentes. La austeridad de movimiento, todos haciendo vida en la cocina, como los rusos. Y mientras tanto, como dijo Cucho, en la calle sólo se escuchan pájaros y ambulancias.
Tengo un cuaderno de trabajo al que le da el sol de lleno por las tardes. Apunto tareas, subrayo frases con mucha importancia y no las vuelvo a leer. Hay dos páginas contiguas en las que escribí muchas veces “por favor”. En mayúsculas, POR FAVOR, que no caiga mi familia, que no me quede sin trabajo. Lo escribí mientras estaba en una reunión por conferencia y aún no sabía si a mi padre le había subido más la fiebre. Lo escribí para que quedara posado en algún lugar, que se convirtiera en ruego sobre papel, y que lo leyera dios todopoderoso. Lo veo y me recuerda a los primeros rayajos en la infancia. Desde ahí venía el grito. Todo lo demás que he escrito estas semanas se lo podría llevar el viento. Un sinfín de bromas, obsesivas preguntas a mis padres sobre su estado de salud, el parte prudente a los amigos, las reflexiones superficiales sobre lo que nos está pasando. “Qué loco, qué fuerte, esto cambiará la sociedad, los animales vuelven a las calles”. Pienso que solo la poesía puede nombrar esto y así alcanzarlo. Leí: “descubrir la vida fuera de la vida”. Escribí: “aguadilla en mar desconocido, un hambre en panza llena”. Si los poetas saben mejor que nadie lo que es la primavera, dirían que la de 2020 fue solo para los animales, que los humanos quedamos censurados. Rimarían con la palabra escarmiento.
El cielo que se ve desde la ventana es el museo que la tierra nos ofrece. Cada día uno distinto, pintado con rabia, con calma, apocalíptico, tropical, de una noche de verano, de domingo en familia. Saqué medio cuerpo por la ventana cuando salió el sol. Gente con mascarilla por la calle, los pájaros removiéndose en esta jaula abierta. Me fijo en los brotes verdes del árbol a mi lado. Son mi estampita de la virgen. Los veo y confío irremediablemente en la vida. Si nunca creí en nada que no fuera físico, es porque ellos representan el verdadero milagro. Esa fiestecita verde, tan ligera y quebradiza, que se empuja a sí misma desde un tronco seco y moribundo. Cómo puede ser, ¿es verdad? Si bien hay momentos como estos en los que quiero ser seria, dura y cínica con la vida, cuando veo una plantita me ablando dura como ella y todo se reduce a la rama verdecida. Ojalá a esta conciencia de mi cuerpo bajo la fotosíntesis del sol le salieran tallos de las uñas y del cuero cabelludo y que naciera una amapola, esas flores que crecen en los basureros y ponen un punto rojo de vida en mitad del escenario desolado. Un punto rojo de vida, esos son mis vecinos en sus ventanas.
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