Probuditi se
- Escritura Virulenta
- May 15, 2020
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Alguna casa de mi alrededor está vacía, y tiene una alarma puesta a estas horas. Son las 5, ha sonado a las 7, a las 8 y a las 9, suena cada vez, no cada rato, la hora me da la vez y no me dice nada. Nada, nadita, nada. Me despierta con un ruido para que haga algo y hay una instrucción. Tendré que ir a trabajar, tendré una cita con alguien. Parto a un viaje y es un madrugón enorme todas las veces, tengo que irme a otro país, a otra vida, a la casa de la playa, es el despertador para ver amanecer. Suena y me despierta y vuelve a sonar y me despierta de nuevo estando ya despierta. Tengo una cita, tengo que ir a unas coordenadas espacio-temporales que se marcan con números y puntos, mi tren sale en una hora. A dónde tengo que ir, me estoy vistiendo, me despejo la cara con agua tibia, me pongo dos espasmos del perfume caro y vuelve a sonar el despertador porque ya es la hora, me tengo que ir, en el bolso meto cosas que voy encontrando, un lápiz de labios, horquillas que arañan el cuero cabelludo porque no tienen la lágrima de cera de la punta, agarro un laurel para las sopas, un condón, un milagro, una tirita, una llamada perdida, un billete y tres monedas, meto en el bolso un te quiero que no escuché porque me lo dijeron muy bajito o cuando ya me había ido, meto unas llaves y la constitución. Asalta de nuevo la alarma y corre el año 1985. Desmond Tutu se convierte en el primer arzobispo anglicano de raza negra y una mujer con el labio atravesado por un palo rojo esboza una sonrisa vengativa. Un barbudo treintañero hace cola en la fila del paro del distrito Chamberí y al llegar su turno pliega el diario El País bajo su brazo de chaqueta de pana sociata. Una mujer con medias rotas de rejilla posa el nuevo lp de La Polla Records, Revolución, en la estantería de una tienda de discos de Pontevedra. Yo me paro en el salón cuando repiquetea la campana, es la hora, y cuento con 10 minutos para aprenderme un speech para mi salida: Cuando Lorca fue asesinado en 1936, estaba en el apogeo de su madurez literaria, como demuestran las dos últimas obras que escribió: Diván del Tamarit y Sonetos del amor oscuro. Una y otra se complementan: su dimensión popular y los claroscuros del deseo. Cuando Lorca fue asesinado en 1936, estaba en el apogeo de su madurez literaria, como demuestran las dos últimas obras que escribió: Diván del Tamarit y Sonetos del amor oscuro. Una y otra se complementan: su dimensión popular y los claroscuros del deseo. Cuando Lorca fue asesinado en 1936, estaba en el apogeo de su madurez literaria, como demuestran las dos últimas obras que escribió: Diván del Tamarit y Sonetos del amor oscuro. Una y otra se complementan: su dimensión popular y los claroscuros del deseo. Me lo sé. Aparece nuevamente el objeto sonoro no identificado y me cambio de zapatos y apuro el café y voy caminando hacia la puerta y al otro lado están los arcanos del rellano y sudo alarma y sudo la alarma de nuevo y con la cara empapada me pego un rizos copiosamente a la frente antes de salir disparada hacia el sonido de la agenda que vuelve a llamarme. Asomo el ojo por la mirilla y palpo mis bolsillos a ver si está todo y toco el móvil que está vibrando, quién me escribe, miro y es la alarma y corre el año 1985, un gordo mafioso ultima un vaso de wisky en un subsuelo de Palermo y una mujer ingresa por primera vez en el cuerpo policial español. Me paro a reflexionar quince segundos sobre la transición española y compruebo que mi dni no esté caducado, bendigo mi estatus de mujer blanca de clase media y C en el proficency y me santiguo en desorden porque nunca supe cuáles eran los chacras de la iglesia. Cuando he hecho tres cruces invertidas en la frente llega de nuevo el sonido retumbante y le pido cinco minutitos más, no quiero dejarme ver todavía, estoy verde, no me he duchado, no ha amanecido si quiera, aunque mi dulce energía está intacta. Quiero retozar antes de partir y poner los pies encima del pupitre, pero son las mátame en punto. Rastreo la pista del último que tuvo que partir, ni rastro humano, ni sociocultural, ni homo sapiens, paso el dedo por la mesa y me queda en la yema el polvo de generaciones que ya sucumbieron. El vino está picado pero me tomo una copa de un hidalgo e hija de puta porque me dejo algo. Las luces de la casa encendidas, pensaba irme así, un despilfarro de sueño americano. Me cubro el alma por si tengo que desenfundarla cuando salga ahí fuera y vuelve a sonar el despertador y me pongo en pie de un salto. Ayer a la noche dejé la ropa lista en un extremo de la cama, un uniforme cuadriculado y una camisa blanca con mi nombre de soltera cosido en el cuello. Me lo pongo y me cuadro ante el espejo. Cuento hasta tres y se oye el timbre de preparación. Me pongo en posición de salida de atleta con la zapatillas sin pisar la línea blanca y espero el chillido del silbato. Ocurre y me disparo cruzando habitación, pasillo, cocina, habitación de invitados, cuarto de la plancha y llego la primera, toco la puerta con la mano y grito, preparados, listos, ya. Me pongo de puntillas y alcanzo a ver por encima de mí unas manecillas de reloj que marcan las doce menos tres segundos. Tres, dos, uno, me pasan cuantas vidas ante mis ojos y veo todas sus localizaciones en orden. Primero hospital, luego el carrito de bebé, luego la casa, la cocina, la guardería, más tarde el colegio, le sigue la universidad, la oficina, la casa y por último la tumba. Entre todos los asuntos aparece un hotel. Esa imagen está codificada, es difícil distinguir qué pasa ahí. Es un limbo en el esquema humano. Un paréntesis en el que nadie te ubica. En la habitación quinientos tres de la planta 4 del Palace suena el despertador, llaman a la puerta, salta la alarma del móvil y el teléfono fijo está apunto de rendirse. Una mano perezosa sale de entre las sábanas blancas y acercándose a la mesa de noche agarra el despertador y lo apaga. Todo el ruido se termina. Empieza la respiración natural de las cosas, inhalar, exhalar. Retemos el aire tres segundos y soltamos, dejando que la exhalación sea más larga que la inspiración. Nos tomamos un tiempo para observar lo que ha ocurrido en nuestro cuerpo y dejamos atrás el día de hoy. Nos concentramos en la respiración. Si aparece un pensamiento, un ruido, una alarma, lo recogemos, lo aceptamos, y le invitamos amablemente a irse. Namasté.
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