OLVIDAR LA SANGRE
- Escritura Virulenta
- Apr 10, 2020
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No me dejan dormir, no dejan de cantar por las mañanas y así no se puede dormir, ahora cantan más que nunca, cantan y revolotean sobre el cielo de mi casa, los veo, revolotean burlándose de mí. Siempre he sabido que se burlan de mí, pero ahora me ha quedado claro que se burlan de verdad, me han vencido por sobre todas las cosas, a mí y a los pedestres, me han encarcelado, yo sé que han sido ellos. Estoy llorando frente a mi ventana con esa luz de medio día en abril, esa que entra y se siente cálida después de tanto tiempo de sentir el frío, se siente como cuando mi madre cantaba en el patio regando su jardín y yo bailaba para ella sobre la tierra mojada, eso siempre me aceleraba el corazón, escucharla cantar me aceleraba el corazón y no podía contenerme, imagino que a los pájaros también les pasaba porque daban vueltas como locos. Mi madre nos cantaba con tanta ternura que yo sentía como me fundía con la tierra y al mismo tiempo con el cielo, sentía a las golondrinas volando, y guardando silencio, para que todos los seres vivos escucháramos lo más bonito de este mundo.
El último solo en el que bailé y me partí el cuello se lo dediqué a ella, me parecía la cosa más poética que se puede hacer para alguien post mortem, bailar con su recuerdo, mi solo está compuesto de desequilibrios, una sensación constante de caer. Cuando caigo me gusta rasparme las rodillas, aunque no debería hacerlo, me gusta ese tipo de dolor. No hay música, solo un audio que mi madre me mando un día que estaba regando sus buganvilias, como cada día a las siete de la tarde (hora de Mexicali) se escuchan los pájaros de fondo, y ella cantando una canción que le enseño mi abuela y que no se sabía muy bien porque no sabía náhuatl, la canción se llama Macochi pitentzi, antes no lo sabía y no me interesaba saberlo, para mí era la canción que me cantaba mi madre y ya está, pero cuando alguien se te muere, todo, todo, todo se vuelve importante y entonces empiezas a querer respuestas para preguntas que nunca hiciste. Ahora tengo una canción enterrada en el pecho, y me la quise sacar al compás de la tristeza, con el ritmo y el desgaste de una lagrima, me la quise sacar ahogándome en movimiento, me la quise sacar golpeándome contra el suelo, me la quise sacar ensayando hasta romperme uno de los dedos del pie, y cada noche se me volvía a meter dentro. Yo quería convencerme de que cada día se me iba un poquito más, pero es que ahora la siento por todo el cuerpo.
Los pájaros siguen ahí, hace una semana que me partí el cuello y no recuerdo muy bien cómo fue, dicen que me broto algo en el cerebro, una plantita supongo, quizás una buganvilia como las de mi madre, esas se enredan por todas partes, y a mí me han enredado en esta cama. Me dijeron las enfermeras que me lance desde no sé dónde al suelo del escenario sin meter las manos. Lo que yo recuerdo es bailar mí solo, presentarlo por décimo quinta vez y mezclarme con el olor de la tierra mojada, el silencio de las golondrinas, y yo despegando los pies poco a poco hasta volar, que es lo que secretamente anhelamos todos los bailarines, y lo que secretamente anhelaba mi madre. Escapar volando, y como no podía volar cantaba, y como yo tampoco puedo bailo, bailaba, voy a volver a bailar, aunque sea a rastras.
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