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Paisaje Irene

  • Writer: Escritura Virulenta
    Escritura Virulenta
  • Jun 26, 2020
  • 2 min read

Updated: Jul 13, 2020



Irene no estaba sola. La acompañaban en el pequeño patio mujeres dormidas. Ella estaba sentada en el medio, y tenía algunas cabezas apoyadas en su regazo. Les acariciaba el pelo. Muchachas dormidas por el frágil sonido de su voz. Era una voz calma, que te llevaba a sueños profundos como recuerdos perdidos. Melancólica e inolvidable. Necesitábamos de ella y ella no necesitaba nada. Tenía una palpable falta de necesidad, que trasciende al pecado. Estaba clara su vocación para imaginar. Habíamos llegado a descubrir una familia creada por la casualidad. Yo procuro evocar la relación entre el deseo y la deslealtad usando los trucos necesarios para derrocar mi vulnerabilidad. Aparto mi cabeza del sueño y enderezo mi cuerpo hasta encontrar su boca. Me detengo de rodillas con los ojos vendados, frente a ella. Intuyo su rostro, pero no importa. Sé que no quieres hablar conmigo – pensé. Irene se inclinó sobre mí, tomó mi mano izquierda y me guío hasta sus muñecas. Háblame de cómo era todo esto antes, llévame a otro lugar - me dijo. Háblame entre murmullos… de las noches hundidas en el desierto y de cómo es no poder recordar ningún momento. Háblame más allá de las fronteras de un amor inexpresable. Es inútil hablar con tanta desesperanza que me violenta. Todo estaba perdido, y no. Las historias de mis pequeños renacimientos estaban vivas en el vibrar de mi cuerpo. Acariciaba sus muñecas pidiendo en silencio el abandono del tema. Todo estaba perdido. Nadie. Ni siquiera esta mujer que murmura en mi oído puede evocar los paisajes de una vida terminada. Ha pasado más tiempo del que se especifica comúnmente para decir algo. Me sujeta las muñecas y yo sujeto las suyas. Mis rodillas conservan la calma. Lo único que me importa es adivinar su mirada, antes de la muerte definitiva de este momento. Percibo sus ademanes medidos y sus ojos inmóviles. Me tranquiliza esta interpretación del silencio. Me suelta y me da agua en la boca con un vaso de cristal. Escucho el paso del agua por mi garganta y el respirar de Irene, un respirar entrecortado. El cuerpo que conozco me mira y no puedo verlo. Al patio lo envuelve un viento con rostro de ternura. Arrastro mis rodillas lo más cerca de sus pies y aprieto mis párpados. Irene pone su cara frente a mí y se detiene. Allí está el silencio otra vez y parece más intenso aún. El mundo ha perdido su distribución simétrica. El mundo tiene cosquillas. Irene toca mi pelo, quita la venda de mis ojos y nos vemos.

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Escritura Virulenta   2020

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