Mi ventana
- Escritura Virulenta
- Apr 10, 2020
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Desde afuera parece pequeña, anodina, camuflada en una fachada fea de cemento y ladrillo. Apenas unos cuantos orificios, como agujeros en un queso gruyère.
Sin embargo, desde dentro, la perspectiva cambia. Es un rectángulo de aluminio oscuro, con cristales finos que se pliegan uno sobre el otro, y una persiana gris que permanece desde hace semanas enroscada sin usar.
Conexión con el mundo desde un piso pequeño, casi diminuto diría. Es la que me permite ver la vida en el exterior, ser consciente de que el tiempo pasa. Está orientada al norte y por las tardes, cuando está despejado, la luz se refleja en el edificio de al lado, y si saco la cabeza puedo ver la puesta de sol. Hay algunas noches incluso, que si saco la cabeza se ven la luna y algunas estrellas.
Nuestro pequeño espacio “chil-out” llamamos a este rincón cuando nos vinimos a vivir aquí. La casa pequeña, básica, normal para ser Madrid, nos cautivó por la luz que tenía, por las vistas que desde esa ventana teníamos del mundo exterior. Gracias a ella descubro el paso de las estaciones, cuando los plataneros de la calle se vuelven verdes recubriendo sus ramas de hojas nuevas.
Afortunado pasadizo que me comunica con el exterior, que me carga de energía a la espera de que se abran las puertas.
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