Abrir la puerta
- Escritura Virulenta
- Apr 24, 2020
- 2 min read

Sábado por la mañana, ¿o es lunes? realmente me da igual aquí encerrada. Los días se repiten como un goteo monótono e incesante: todos iguales, todos idénticos, como un bucle hasta el infinito.
Hoy toca limpieza. Barrer, fregar y cambiar las sábanas, abrir bien las ventanas para ventilar, que entre aire fresco y limpio en nuestro pequeño piso. Amanece despejado y el sol invita a quebrar las normas y a salir, aunque sea al portal a tirar la basura, y quién sabe si intentar aventurarnos un poco más calle abajo.
Inicio los preparativos para ese ritual que nos obliga a vestirnos como apicultores o luchadores de esgrima para salir al exterior, a enfrentarnos contra algo ajeno e invisible que ha cambiado nuestro día a día. ¿Alguien sabe hasta cuándo? Después de tantos días confinada en casa, salir a la calle se ha convertido en el momento más excitante de la semana, una situación que me genera a la vez ansiedad y satisfacción, como una pequeña droga de la que no puedo –ni quiero- prescindir.
Nunca había valorado tanto el pequeño gesto de girar el picaporte y empujar suavemente la puerta. Las barras metálicas negras del portal me recuerdan vagamente a una jaula de barrotes, como las de los carromatos de circo ambulante donde los animales te miran con ojos tristes. Dejo caer mi peso sobre ella y se desliza con un leve crujido: un sol deslumbrante me invita a cruzar el umbral y a guiñar los ojos, dejándome ciega momentáneamente.
Me quedo así, quieta durante unos segundos, notando el calor en mi cuerpo pálido y entumecido. Un cuerpo que lleva en la madriguera mucho tiempo, hibernando a la espera de la llegada del buen tiempo, de ese tiempo en el que podamos volver a tocarnos sin miedo, a volver a vernos sonreír porque no haya nada que nos cubra la cara.
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