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Leve, muy leve

  • Writer: Escritura Virulenta
    Escritura Virulenta
  • Apr 17, 2020
  • 5 min read

Updated: Apr 20, 2020

Esta nena piensa que es Broadway.


Tenía una amiga que se llamaba Jazmín. Ibamos juntas a teatro, ensayábamos juntas las escenas, tomábamos coca cola juntas y juntas charlábamos sobre Helena, nuestra maestra. Una pequeña y potente ucraniana de algunos ochenta años, con anteojos grandes, pelo revuelto, corto y blanco, nariz aguileña, lápiz labial rojo. 

Daba clases los sábados, yo vivía muy lejos y apenas llegaba a pagarlo. Podría hablar de cuando dejé la universidad por ir a sus clases, consecuencia de una señal mística, pero no va al caso. 

Helena servía un té con vainillas entre libros de Chéjov y Shakespeare y Borges y preguntaba a cada quién qué había ido a ver al teatro esa semana. Cuando no tenías la respuesta a alguna de sus preguntas hacía comentarios del tipo "No sabe quién es el director, o el autor, o el actor, ay nena" y cuando actuabas y le decías compungida que sentías que te había ido mal podía decir, a carcajada seca "esta nena piensa que es Broadway".  Pero después nos hacía oler una flor, nos hacía habitar el olor de lo mundano para convertirlo en algo extraordinario. O bien llegaba tarde y le decía al asistente (y claramente a sus alumnos) "fui a la tintorería, querido, y no sabés la voz que tenía la mujer que me atendió. Yo me pregunté qué le habría pasado en la vida a ese ser para llegar a tener ese tono de voz". Otra vez entré a su casa -las clases eran en su living pero había que pasar por un pequeño corredor - y me enseñó un maniquí de plástico instalado en la entrada, el maniquí de un hombre robusto, mutilado en brazos, musculoso. Lo había vestido con boina y una corbata.Me dijo con la frescura de una quinceañera "Mira esta pieza nena. Qué torso. Se la compré a unos vagabundos." Con Jazmín, por supuesto, teníamos mucho de qué hablar después de clase. Es buena señal, creo yo, irse de las clases con una sensación ambigua. Y con ganas de más. Hablábamos horas y horas sobre Helena, y nos reíamos del tiempo que pasaba preguntándonos que estaría haciendo en su casa ahora, si estaría sola o en el teatro o caminando sobre la gran avenida en la que vivía. Helena vivía frente al Congreso de la Nación,  por lo que con esa vista era difícil no tomar cada palabra suya como un proyecto de ley.  Hubo un día en que le conté que me iba a ir a Europa de viaje, sola. Me miró y me dijo "muy bien nena". Helena era tan fría que esa frase fue parecido a un abrazo sentido.  Mi platónico. Salió del salón y dado que había llegado como siempre primera a la clase, me quedé sola en su living. Aproveché para hurgar en sus cuadernos que algo deberían confesar, pero no encontré más que anotaciones aleatorias. Volvió a los pocos minutos con una bolsa de papel de alguna farmacia, y me dijo "tomá nena, para que lo lleves a Europa" esta vez sin mirarme a los ojos.  Era un libro de memorias de Liv Ullmann.  Me fui a Europa y un tiempo después volví a clase. Le dije a Jazmín lo sucedido y que el libro me había encantado. Le agradecí a Helena que se hizo la desentendida y dijo "¿Yo te regalé ese libro?" y con una risotada adelante de todos "no pude haber sido yo, en ese libro,  Liv Ullmann (y repite Liv Ullmann susurrando como avergonzada) Liv Ullmann habla mal de Bergman".  Cuando salimos de clase Jazmín me pidió el libro y se lo presté, naturalmente. Le dije que me lo cuide, que lo quería como a pocas pertenencias. Entré, lo admito, en ese maldito hábito de decir "usalo pero cuidamelo" que detesto tanto y que esta vez realmente merecía la pena. Pasaron las semanas y no recibí noticias del libro.  Un día en su casa me animé y le dije: Jaz, ¿qué tal el libro de Ullmann? Me respondió "Me encantó, lo leí muchas veces, me gustaría tenerlo un tiempo más". Le dije como una niña que está deseosa de que le devuelvan su juguete "es que me gustaría volver a leerlo, si no te molesta, después te lo vuelvo a prestar". Necesitaba tenerlo en mis brazos y no sabía porqué. Como diría Clarice Lispector en uno de sus cuentos, quería mecerme en la hamaca con el libro en mi regazo. En esos tiempos a mí me costaba mucho decir que no y menos a alguien como ella, de carácter fuerte, de pelo voluminoso.  ¿Cómo se le dice que no a una mujer con pelo enrulado, con mucho pelo enrulado? Su padre era violento y millonario -hasta que murió- la única extensión que lograba en el vínculo con su hija era la de la tarjeta de crédito, a la que ella siempre volvía a recurrir. Esto era una cadena de mujeres que no sabían decir que no a alguna forma de violencia y manipulación. En mi caso, su pelo me aterrorizaba. Así fue como hizo lo mismo conmigo, pero de una manera tan dura y rotunda que no pude más que callar. Me dijo con insistencia y prepotencia "te doy estos maquillajes a cambio, qué querés decime, pero dejame el libro" y cambió el tema de conversación. Me fui de la casa con la amarga sensación de haber perdido un ser querido. Con impotencia. Me sentí humillada. Sobornada. No me permití siquiera enojarme. En el momento en que me ofreció sus maquillajes a mí se me paró el mundo. Tomé distancia,  me volví pequeña, y lo ví muy claro: nunca iba a recuperar el libro. Dijo mi bruja patagónica que a veces la gente no es ni buena ni mala, solo despierta cosas buenas o malas en las personas. Si le hubiera dicho que no, no estaría hablando de mi libro, del abrazo que perdí para siempre con Helena, de las horas que ocupa en mi cabeza su recuerdo y del fantasma que circula, vengativo, por mis pensamientos regularmente: Tendrá Jazmín el libro? Lo recuperaré algún día?  Tal vez lo haya descartado por ahí. Tal vez ella también lo añore. Tal vez este rencor sea la trinchera de un amor perdido en el tiempo. Al año siguiente y después de cinco años dejé de ir a las clases de Helena y no la volví a ver.  Mentira, un día la encontré en un cine antiguo y vacío y le grité desde las escaleras "¡Helena!" Ella se dio vuelta y me dijo "Ah, nena" más fría de lo usual, de camino a la puerta de entrada, con su lápiz labial rojo, su blanco y revuelto pelo. Pensé "qué vieja de mierda" y sonreí.   A Jazmín tampoco la volví a ver. Ah. Me olvidaba. Hay algo que no perdí cuando perdí el libro, que está grabado en mi mente. La dedicatoria que me hizo Helena. En su momento la tomé literal pero ahora lo entiendo todo. Era una frase de Pessoa dentro de una frase de ella, que decía: ""Leve, muy leve,

un viento leve se va  y yo no me pregunto,  ni quiero saberlo." cariñosamente, H."

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Escritura Virulenta   2020

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