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Las horas del día

  • Writer: Escritura Virulenta
    Escritura Virulenta
  • Apr 10, 2020
  • 2 min read


He descubierto que entre las 8:30 y las 9:30 hay un rayo de Sol que se cuela entre los ladrillos y da de pleno en el sofá de mi salón. Tic-tac, tic-tac, en la casa quieta todo tiene su orden. Me siento a tomar el sol y en el transcurso de 8 minutos ya me han salido pecas. Definitivamente, no pertenezco a esta geografía. Siguiendo el rastro del sol y mientras a mi lado aún se desperezan, salgo a la terraza donde veo a Ani, la chica que solía ser la encargada del garaje. ¿Qué habrá sido de su casa en Bucarest? No creo que pueda terminar de construirla. No sé si algún día podrá regresar o si su vida ya pertenece a este país del que no conoce el idioma. 

Los vecinos hacen la cola ordenada y obedientemente en el supermercado y por ahí asoma la facha de la dependienta que cada día regaña a los niños por serlo. Ahora tiene poder. Cree que le ha sido otorgada la misma autoridad que se les confiere a los diplomáticos de Naciones Unidas, velando en secreto por nuestra seguridad y poniendo en peligro la suya. Un agente secreto. Ahora es importante.

A las 15:00 ya no da el sol en el sofá pero sigue quedando un cuadradito donde hemos plantado los pepinos. Abajo asoman las manos de Pili desde su inmundo piso, que las saca entre los barrotes junto con el cigarrillo y arregla las hojas polvorientas de su planta del dinero. Me pregunto si conseguirá su dosis semanal, o estará agotando las reservas de metadona. 

Se oyen los gritos locos de alguna niña en cuyo balcón se ha posado una paloma. ¡Qué placer, qué inmensa alegría ver este ser ajeno a la hecatombe humana que sin palabras nos recuerda que la tierra sigue girando. Pero quizá es otra interpretación humana errada. Quizá esa paloma, como el resto de los animales de ciudad que han perdido su instinto, está desorientada y pronto morirá de hambre, sin alcanzar a comprender por qué su fuente de alimento se ha eclipsado. Famélica, se posará en un árbol y esperará que un rayo la parta. 

A las 18:00 solía ser la hora de recogerse y bañarse. Ahora todavía hay luz y es la hora de salir otra vez a nuestro privilegiado balcón para hacer algo, dar bastonazos con un palo, gritar, meter las manos en un cubo de agua. Si estiras el cuello se ve la tienda de Joaquín. Todo el mundo en el barrio sabe que te has muerto, y ya cuesta creer que la vida volverá de algún modo a ser la misma. Fuiste de las últimas personas que vimos antes del confinamiento. Por supuesto que nunca será igual, escéptica tonta de mi, y  estúpida culpa por existir en momentos en los que el foco no debería ni culpablemente, dirigirse a mi.

Todo parece quieto, en silencio. Pero se nota el gas de una litrona a punto de estallar cuando cada día a las 20:00, la espita por la que podemos salir revienta cada día más fuerte. Quiero salir. ¿Me da igual morir o es que ya me estoy muriendo?

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Escritura Virulenta   2020

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