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La nota

  • Writer: Escritura Virulenta
    Escritura Virulenta
  • Sep 11, 2020
  • 2 min read


Entra en la sala de espera y se mantiene de pie en el centro para no tocar nada, es como una bandera que no sabe a qué país ondear. Mira el cuadro frente a ella y trata de memorizar una forma en la que no había reparado antes. Reproduce mentalmente la imagen con los ojos cerrados y lo que imagina cree que es fiel a lo que ha visto. Salen de la habitación la psicóloga y el paciente y se pregunta si éste progresa más que ella. Se pregunta de qué hablarán si ya lo han resuelto todo.

Puedes pasar. Mira el asiento del sofá chequeando si lo ha manchado incluso antes de sentarse. Se apoya en el borde y le pregunta a la terapeuta qué tal está. Evidente silencio. Qué tal tú. Se sujeta las manos como en rezo encogido, ladea el cuello y empieza a hablar con una sonrisa que trata de iluminar tramposamente la pena. Mi verano bien, las vacaciones bien, pero cortas e intensas. Estuvo bien pero no sé. En ese no sé dibuja la grieta en la que se dispone a meterse con sus contorsiones probables. Estuvo bien pero no sé.

Qué es lo que no sabes. Su cerebro atiende a las directrices de la situación. Sería muy bruto decirle que la están mirando y que debe actuar en la respectiva función que representa. He quitado todos los espejos de la casa, le dice. Espera que encuentre algo terapéutico en su decisión. Ya no me veo, sólo me imagino, concluye así la metáfora.

Cuánto son dos más dos, María. Abre los ojos sorprendida y sonríe. Pensaba que iba bien encaminada con su ejercicio de ignorar su rostro ahora que ya no lo soporta, pero la terapeuta le ha planteado una pregunta simple, la esperada confrontación. Abre la grieta de nuevo: estoy en un momento en el que no me gusto y mientras dure es mejor no verme. La terapeuta no sabe por dónde avanzar, se le nota en los pequeños movimientos de la totalidad de su cuerpo antes de hablarle. Aún así, no dice nada. María se ve a sí misma en la habitación con la cara caída, sin brillo, prensada por su simple perplejidad agotada, allanada por todos las visitas que ha hecho en estos últimos años. Una cara de la que, sin duda, es responsable.

María quiere hablar del miedo a ser vieja pero se reprime porque tiene delante a una mujer arrugada y cheposa. Una vieja que presenta signos de irritación al ver cada martes de ocho a nueve el cristal en el que María impacta al ir corriendo hacia el reflejo de lo ideal. Ya no muestra condescendencia porque en este punto sería totalmente antiterapéutico.

María mira con ojos de pregunta infantil, como si mirara hacia arriba en lugar de al frente, donde tiene la mirada clavada a su entrecejo y la psicóloga se ajusta la ropa y cambia el cruce de sus piernas. Le está escribiendo una nota.

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Escritura Virulenta   2020

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