La mano izquierda
- Escritura Virulenta
- May 1, 2020
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Updated: May 29, 2020

En la película Los espigadores y la espigadora, la directora Agnés Vardá nos habla de los espigadores que existen más allá del cultivo remunerado. Hombres y mujeres con poco y menos que se agachan para recoger del suelo lo que ha sido repudiado: patatas deformes que no entran en los cánones comerciales u objetos abandonados que no han querido retenerse en casa. Entre todas las escenas reventadas de humanidad que captura entre el campo y la ciudad, en un momento dado, Agnés agarra la cámara con la mano derecha y con ella se graba la mano izquierda. Confiesa así: “quería grabarme una mano con la otra”. Observarse, mostrarse, señalarse, tres actos impuros del filántropo. Repara en sus arrugas y manchas con una tranquilidad y humildad tan tiernas que no importa que le está haciendo, en realidad, una carantoña a la muerte. Me cautivó esa pequeña cuña ensimismada, esa tregua que hace respirar su nombre en la urgencia de la denuncia social. Las manos tienen quizá esa impunidad, tienen un rostro que no es el propio, guardan la delicadeza del ego.
Antes de que se me vinieran las manos a la cabeza cuando se propuso hablar de dualidad, confundí este enunciado con la oposición. Será porque las dualidades que me habitan son generalmente luchas y no convivencias. Doctora Jekkyl Amabilidad y Mrs. Hyde Enojo capitanean batallas entre lo correcto y lo incorrecto, lo joven y lo viejo, lo ansiado y lo desechado, la dulzura y la ira, la seguridad y el miedo. Sin embargo, igual que para Agnés, las manos representan para mí una tregua entre todas las dualidades enfrentadas. Son un currículum integrado de nuestra artesanía. Ellas son como flic y flac, dos en un reloj, marcando diferentes ritmos en lo cotidiano, una sentencia las horas, la otra canturrea los minutos. Ellas son las directoras de orquesta, las batutas del alma. Dicen que el inconsciente está en la cabeza pero yo creo que está en las manos. He despedazado más papelitos en mesas de restaurantes que enojos he manifestado. He apretado los puños mientras en mi cara se desplegaba como un paraguas una sonrisa complaciente. Me invité a mí misma a posar mi mano izquierda, la inútil, igual que hizo Agnés, y escrutarla. La miré con la condescendencia de la derecha, tan hábil, primera de la fila; la voluntaria, deliberada y sacrificada de todos los quehaceres. La mano izquierda, un paso atrasada, ¿qué domina? Ahora mismo, por ejemplo, la uso solo para darle a la A y a la mayúscula del teclado mientras la otra, cual araña en piano, escribe todo el grueso del texto. También me pinza el cigarro como un asistente que aguanta el bisturí antes de la incisión. Cuando voy a fumar se lo arranco de los dedos y se lo paso a la derecha, sin siquiera dejarle privilegio de proveerme. En la mano izquierda leen algunos el futuro, como si ahí estuviera doblado el prospecto del porvenir. La mano derecha, cuando se le antoje, lo pondrá en marcha sin que nosotros podamos interceptarlo. Esa montañita de carne en la que se bifurca una grieta anuncia algo.
A veces apoyo la izquierda palma arriba en la almohada más alta de la cama para que sienta que tiene un trono la final del día. Otras veces intento tocarme con la zurda, y ante la frustración del que no llega al orgasmo, despierto a última hora a la derecha para que, entre bostezos, tome las riendas del desastre. Cuando hago ese intercambio me acuerdo del refrán “tener dos manos izquierdas” y me pregunto qué haríamos sin nuestro líder, cómo sería ese circo de torpezas de gordito, cómo nos arreglaríamos en una sociedad corporal anárquica y errática incapaz de abrir un tarro de mermelada o hacer la o con un canuto.
Querría conversar esto con Agnés, preguntarle: ¿Será que provocamos dualidades para generar complementarios? Nacimos con dos manos igualmente capaces y nos forzamos a descompensarlas. ¿Será por comodidad que asignamos la cabecilla cual coronel o hay un megáfono social que nos va guiando a cada paso mientras nos crecen los dientes? ¿Será la última de las revoluciones feministas otorgarle a la izquierda el poder de abrir latas de conserva y a la vez empuñar el cuchillo? ¿Será que no hace falta cuestionarnos nada de esto porque con ambas aplaudimos y rezamos?
Creo que ella se reiría tiernamente de mis preguntas y me invitaría a ver el documental de nuevo. “Con ambas recogemos la cosecha, con ambas manos recogemos las sobras”-me diría.
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