La Dómina
- Escritura Virulenta
- May 8, 2020
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Updated: May 10, 2020

Hace años se me ocurrió que podría convertirme en dominatrix de lujo para impartir venganza entre empresarios de multinacionales y diplomáticos.
El dinero que ganara lo invertiría en estudiar Ciencias Políticas: tanta verdad me serviría para generar más odio y desempeñar mejor mis labores. Así ambas facetas se complementaban: la una me aportaría los datos necesarios y mi trabajo sería mucho más inmersivo que unas simples prácticas de empresa. Un plan redondo, se mirara por donde se mirara.
Empecé entonces a investigar sobre el mundo del bondage y la dominación en Madrid. ¡Qué desencanto! Las combativas catwoman y señoras de alta alcurnia francesa eran en realidad mujeres demasiado sinuosas para mis tan manipuladas apetencias, llevaban lencería barata de bordados poco delicados y los lugares donde trabajaban, la gran mayoría sus propios domicilios, estaban tan menguados por la precariedad y la falta de imaginación que me hicieron desarrollar cierta aversión.
No obstante una no desecha sus fantasías así como así y de vez en cuando me sigue tentando esta idea, ¿podría yo, una mente analítica y estructurada, dejarme llevar por el delirio para someter a los caprichos más absurdos a cualquiera?
¡Oh, sí, a fin de cuentas el sexo es una herramienta más para dominar nuestras mentes y no hay nada que me seduzca más!
Pensaba en ello esta mañana mientras mis uñas se secaban al calor de la taza del café, al abrir el ordenador apareció una noticia sobre el cuadro de Édouard Vuillard, no sé exactamente qué decía la nota pero había algo en esa imagen pixelada que captó mi atención. La imagen es de un cuarto donde todos los elementos son de color mostaza, lo cual sumado a unas pinceladas toscas y una perspectiva completamente plana provoca cierta sensación de rechazo, en una esquina, detrás de una cama mostaza, se encuentra una mujer de espaldas de cuerpo maltratado por el paso del tiempo, está abriendo una cortina mostaza también que descubre otro escenario con un empapelado primaveral. Esta descubriendo un espacio dentro de otro, una posibilidad más motivadora detrás de la ofrecida, y si de algo sé yo es de esto.
En 2012 hice mi Erasmus en Bucarest, Rumanía, no por tener grandes inquietudes de conocer esta región sino porque en aquellos tiempos de crisis económica era una de las opciones más baratas para los estudiantes españoles. Yo estudiaba psicología, que es la profesión que ejerzo ahora, tenía 22 años y era virgen. Sí, virgen, altiva, inteligente y disciplinada. No me hubiera faltado la oportunidad de entretenerme con compañeros si lo hubiera querido, pero no era una de mis inquietudes. Yo solo pensaba en diplomarme para empezar mi carrera profesional cuanto antes pues tenía muchas ambiciones que alcanzar. Entonces apareció en mi vida Dominic Pascal: alemán ario, estudiante de ginecología. Tenía una moto de carretera potente y conocía a todos en la ciudad, a los hijos de las familias más pudientes y a los indeseables. Se encaprichó conmigo, me buscaba en todas partes, me llevaba en moto a las montañas de alrededor de la ciudad y al mar Negro, tenía detalles delicados y el día en que me invitó a la boda de su hermana en Suiza lo tuve claro: podría ser mi compañero. Viajamos hasta Zurich y allí nos recogió un coche privado que nos llevó hasta el palacio familiar, su hermana se casaba con Jean Benet, nieto del gran artista de vidrio Jean Benet, hijo del gran empresario Jean Benet y futuro heredero de todo un imperio de lujo. Tras la misa todos los invitados subimos a un avión privado y fuimos a celebrar el convite a uno de los castillos que la familia tenía en el Noroeste de Francia. Aquella noche perdí mi virginidad.
Pascal y yo fuimos pareja durante 4 años. Tras acabar mi Erasmus él alquiló un cuarto en Madrid y siempre que no tuviera trabajo o que acudir a una de las reuniones del club privado al que pertenecía: los Mormones; venía a visitarme. Al principio fue reconfortante pero con el tiempo empecé a vivirlo de forma invasiva, sobretodo porque cada vez iba haciendo más presión para controlar mis hábitos alimenticios y salir de mi inseparable anorexia, cosa a la que todavía no estoy dispuesta.
Con Pascal aprendí mucho, fue un buen mentor, abrió mis ojos a otros mundos que hasta conocerle no solo eran inalcanzables sino que inimaginables. Conocí lo que supone tener dinero y las grandes desigualdades del mundo, entendí que por más que me esforzara en mi carrera nunca llegaría a alcanzar ese nivel y sembró en mí una violencia hacia la vida todavía mayor. Gracias a él aprendí además todo lo que se necesita saber sobre los juegos sexuales y el sistema reproductivo, por lo que le estaré siempre agradecida: ser la cortesana de un ginecólogo es algo muy instructivo además de placentero. Cada acto sexual es una representación de la lucha de todas las fuerzas que habitan la tierra.
Pero hubo una noche que colmó el vaso. Una noche en que llegué al vértice de mi búsqueda viendo un documental sobre la calculadora dómina de 84 años Catherine Robbe-Grillet, viuda del escritor y director de cine francés Alain Robbe-Grillet. Su visión de la sexualidad, el arte, los instintos y la ambición se comunicaban con mi ser más profundo. Al día siguiente rompí la relación con Pascal.
Han pasado dos años desde aquello, desde entonces esta idea ha rondado mi mente pero como decía, mis descubrimientos sobre la escena local me crearon cierta frustración y repulsión por lo que me había mantenido alejada de la idea y enfocada en mi trabajo. No obstante estos días el mundo ha cambiado: volvemos a vivir tiempos difíciles y una pandemia mundial mantiene aislados a la gran mayoría de la población en sus casa, la economía se ha vuelto a colapsar y la muerte y la desolación son más palpables. Durante este tiempo me he dedicado por un periodo extenuante de 50 días a trabajar en el hospital del Aeropuerto dando apoyo a afectados para ayudarles en la labor de mirar a la muerte de frente, bien para darle la mano y partir, o para reconocerla y convivir con ella. Todavía me sorprende cómo un país tan católico como lo ha sido España, haya dado la espalda a la muerte de una forma tan negacionista.
Como decía hemos trabajado muy duro y se ha podido reducir el número de afectados, por ello mismo hace dos hace dos semanas desde que se cerró esta ala del hospital y yo he podido al final recluirme en mi recién estrenado apartamento. Desde hace 15 días que observo las vidas a mi alrededor: está el que saca a pasear al perro cada hora, la que fuma en el balcón, el que siempre sale a vitorear y aplaudir a la hora marcada, las hijas de la señora mayor de enfrente que está deseando ir a la peluquería y, entre todos ellos, mi vecino de abajo: un calígrafo divorciado 13 años mayor que yo.
Calígrafo: sensibilidad y habilidad manual. Empezamos a hablar después de los aplausos y poco a poco hemos ido intimando más. Hace tres días subió a casa con una botella de vino francés del 86. Lo traigo para que descubras la cosecha de tu año, me dijo. Estaba delicioso.
Recluida en estas cuatro paredes, he empezado a madurar las fantasías tejidas estos últimos años. La habitación dentro de la habitación. La vida recluida. La muerte expectante. Mi juventud madurando y mi cuerpo descomponiéndose. La imagen mostaza del cuadro es como El Grito de Edvard Munch: la vida pasa entre convencionalismos y vulgaridades.
Me pregunto qué estará haciendo el calígrafo debajo de mí.
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