Escaramujo
- Escritura Virulenta
- May 22, 2020
- 3 min read

Subo en silencio las escaleras enmoquetadas. Siete peldaños hasta el rellano y luego un tramo más. Me acomodo entre almohadones, olor a viejo, a libro, a naftalina entre las mantas. Brilla el polvo en suspensión, igual que estos recuerdos que persigo con mi cazamariposas de mentira. Me siento en el desván de la memoria y abro un libro de remedios en tres idiomas.
Rosal silvestre
Habita zonas de arbustos, matorrales, bosques. En herboristería se la conoce por ser refuerzo al sistema inmune, diurético y buen remedio contra el resfriado. Estornudo. En mi cocina el grifo nos regala su minimalismo de concierto gota a gota; habría que buscar cómo arreglarlo. Echo un tronco más a la estufa que ronronea en el rincón y pongo agua a hervir.
Rosa canina
La vitamina C de los inviernos más largos. Sus frutos, rojo brillante, colorean los estantes en que acumulo legumbres, semillas, arroz, ortigas. Qué nada falte hasta febrero. Y qué no falte un punto rojo en este bodegón de lo cotidiano, vitamina en tus inviernos.
Vinagre de rosa.
Ponga 20 ó 30 frutos en un bote de cristal y cúbralos con vinagre de manzana. Debo ir a comprar. Para acelerar el proceso marque las pieles de los frutos con un cuchillo afilado antes de añadir el vinagre. Un cuchillo, si, eso es lo que escuece. Y deje reposar al sol en el alféizar durante un mes, antes de colar y embotellar. Al sol, lo dejaré al sol que me falta en estos días.
Rosal montés
La planta del amor silvestre, del que crece al borde del camino. Use sus pétalos como elixir, remedio casero contra la soledad y la pérdida. Me lo creo. Me lo quiero creer y preparo la infusión. Espero. Aunque la paciencia nunca fue mi virtud.
Recojo los pétalos al viento, en la llanura, los días de mayo en que el valle parece un cuadro japonés de Sakura en flor. Pero son escaramujos, majuelas y enebrinas las que pueblan el paisaje río abajo, las que venimos a buscar. Con todo cuidado, para que la flor no se rompa, para que las espinas no rasguen mi piel, con una delicadeza que desconozco, colecciono su fragilidad en cestitas de mimbre y bolsas de tela. Recojo las flores, las que ahora echo al agua hirviendo sin remordimiento. Nada chilla, nada duele. No se contornea al hervir lo que ya está muerto.
Sirope de rosa
Por cada dos tazas de zumo, una de azúcar, de dulzura, de remedio para todo. Qué se adivinen las sombras en mis palabras a la luz de la vela, al fuego de esta estufa. Como entonces, al principio de todo, en los días que plantamos un rosal de dulces mentiras bajo el que acurrucarnos a escuchar atentamente el paso de la noche: el jabalí errante, las ranas insomnes, los grillos que trajeron más veranos. Qué vengan los días felices y todas sus noches, caminando a tientas entre las ramas.
…una taza de azúcar y diez minutos al fuego. Y qué se adivine el amor salvaje, el dolor de sus espinas, el sabor a rosa hecho conjuro, escaramujo.
…rellene las botellas y póngales etiqueta. No se vaya a equivocar usted de remedio y busque alivio para el reúma dónde sólo hay una pata rota.
…una cucharada o dos al día previene el resfriado. Pero qué previene este dolor marchito. Harina, levadura, agua, sal. En mi vientre amasé un niño de humo y de ceniza, de los que no habitan lugar alguno y corren con el río entre las piedras. Harina, sal, tiempo. Crece la hogaza entre la leña, pero no hubo pájaro que anidara en nuestras zarzas. Errantes, caminantes en busca de refugio, que preparan ungüentos temporales para heridas más profundas. Hojas de col, ajo majado, cardo mariano. Buscan el rastro y reptan con el ala entablillada hacia un hogar hecho de almohadones viejos, de alfombras ajadas. Se arrastran hasta el pueblo abandonado y hacen del olvido su guarida.
Jarabe de espino vero
Trace líneas en la piel de cada fruto y colóquelos con cuidado en su frasco de vidrio. Rellene con azúcar, sol y espera. Pero deje de hacer tiempo hasta noviembre. Ya es hora de encender el fuego, de airear las mantas, de acariciarse el corazón. Saque usted el alma de entre las frambuesas congeladas y póngala a hervir. Póngala al fuego con las flores, con los frutos, póngala al sol, al viento, elija sus condimentos, hierva, fermente, escalde. Luego baje la voz, beba y calle. Y no diga ni una palabra más, hasta que no sea cantando.
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