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El río

  • Writer: Escritura Virulenta
    Escritura Virulenta
  • Jun 20, 2020
  • 4 min read

Yo no quería aceptar que mi madre se mudara a una residencia asistida porque me negaba a reconocer que se hacía mayor. La antesala de la muerte, guarda muebles para personas molestas cuya vida nos supone llevar Plutón a la espalda. Gajes del capitalismo y de mi corta edad mental entonces, supongo. Pero mi hermano no me dejó otra opción, siempre más práctico y menos sentimental que yo, me hizo comprender que yo no valía ni media hostia para cuidar de ella, y que si no aceptaba ayuda, terminaría yo mismo por suponer una carga para él, añadida a su familia en descomposición, y a sus hijas pequeñas.  El otoño estaba en su máximo esplendor, aroma de fruta madura, árboles amarillos y dalias tardías se asomaban a los balcones, los primeros vientos recorrían las calles arabescas de Madrid deshaciendo la infecciosa polución y permitiendonos, algunas noches, dormir.  La mayoría de los muebles ya se los habían llevado, solo iba para comprobar que las últimas cajas salían sin problemas y para dar una última revisión. 

Nuestra casa, allí habíamos crecido. 

No sé si tuvimos más o menos suerte, recuerdo los abrazos, el olor a bizcocho en el horno y las persecuciones con mi hermano por el pasillo. Pero también recuerdo los gritos, las lágrimas y la impotencia cuando mis padres discutían, el miedo. Mi madre era nuestro tótem, ella nos hacía sentir que pasara lo que pasase siempre podíamos contar con ella, con mi padre no era igual aunque sé que a su manera nos quería. El fue el protagonista de algunos de los mejores ratos de nuestra infancia, pero esto sucedía raramente porque casi nunca estaba en casa. Mi madre en cambio estaba siempre, y ella sí respondía a todas las preguntas que le hacíamos. Ahora que se ha marchado de aquí, que ya nadie alimenta estas cuatro paredes para que sean un hogar, me parece que una parte de mi vida se queda coja, flotando en el espacio sideral y sin cable de alimentación de oxígeno. Me aferraba a aquella casa como el moho a la bañera, no quería soltarla, no quería dejar tantos recuerdos allí vividos. 

Fue recogiendo una pila de libros viejos, el último paquete que tenía para enviar a una librería de viejo donde nos los compraban al peso. Si no me hubiera tropezado contra la pared por querer llevar tanto peso... pero entonces se deslizó de entre las hojas de uno de esos libros. Debía de hacer muchos años que estaba allí, doblada por sus pliegues primigenios. La ordenada escritura de mi madre rellenaba dos folios, y decía lo siguiente: Me cuesta mucho decirte adiós. Es a través de esta carta, que nunca leerás, la única vez que te lo diré. O más bien, me lo diré a mi misma. Sé que no lo vas a entender, todo parece perfecto, pero empiezas a importarme más de lo que me puedo permitir. Al decirlo, podría parecer fácil coger las maletas e irse, no es lo desconocido lo que me da miedo. Pero yo no me pertenezco y no pensé que esa condición me fuera a afectar en algún momento de mi vida, hasta ahora. Te sonará anticuado y poco feminista, pero los lazos que me unen a ellos son inquebrantables, superiores a toda mi voluntad. Renuncio a mi misma, y no pienses que esto es algo raro, lo que ocurre es que todavía no has pasado por ello, pero lo harás, el camino siempre se separa en dos. Sé que dejo en ti una huella profunda, tú has sido mi persona, nunca antes lo había sabido con tanta certeza, a pesar de haberlo buscado, y de haberme equivocado tantas veces. Renuncio a ti, a la alegría y a la complicidad que ya pensé que no existían y al mundo de posibilidades que creí que se me abrían. Solo espero que esta decisión no les afecte a ellos y que el sentimiento que siempre quedará ahí como una ruina retadora, no me lleve a la bebida, o a meter la cabeza en el horno para compensar la inmensa tristeza de pensar, a cada momento, que todo podría haber sido mejor.  La leí conmovido, sonriendo bobamente como si se tratara de una broma de juventud. Llegué a pensar que podía ser uno de los ejercicios de teatro de mi madre, esa ahora viejecita venerable que como todos los viejos venerables no ha tenido vida ni pasión ni ha hecho locuras ni piensa en otra cosa más que en que la dejen tranquila. Pero la semilla estaba plantada, la duda abominable, la posibilidad de una gran mentira que reinventase todo mi pasado. Mi pasado, mi vida e incluso mi origen y utilidad en el mundo. ¿Por qué mi madre quiso tenernos? ¿Por qué no dejó a mi padre, si a todas luces no le quería? ¿Nos puso a nosotros como excusa para su cobardía? ¿Fuimos el lastre que la mantuvo secuestrada a esta casa, a una vida de renuncia? Después de muchos días de preguntas grandilocuentes e híper dramáticas, fui a ver a mi madre con la intención de tirarle la carta encima. En mi imaginación recalentada por el despecho ella miraba al suelo, avergonzada y me explicaba, tartamudeando, que había sido el error monumental de su vida, y yo la miraba fijamente con la cabeza altiva y muy moralmente superior. Pero cuando llegué ella me saludo como siempre, con su abrazo apretado y sus miles de besos “te quiero te quiero te quiero”, y de repente comprendí la ridiculez del propósito que me llevaba allí. Nada cambiaba nada. Pasara lo que pasase allí estábamos ella y yo recordando cuando mataba lagartijas y hablando ligeramente sobre el asuntillo político de la semana. Miraba sus ojos y bajo el iris notaba un ligero cambio, un eco del pasado, recordaba alguna mirada perdida, las ausencias de mi padre y su desesperación, su ignorancia frente a algunas situaciones de la vida con dos criaturas pequeñas, indefensas y necesitadas de amor absoluto como las plantas necesitan el agua. Entonces se me quitaron las ganas de echarle nada en cara, ya no era un niño y no necesitaba de absolutos. La vida es complicada y misteriosa y los dogmatismos aburridos. Solo se puede querer a ciegas, asumiendo que nunca conoceremos del todo a nadie porque conocerse uno mismo es una falacia burguesa y simplona. El agua de un río no es siempre igual, ni viene con la misma fuerza ni ha caído de las mismas nubes, ni la habitan las mismas criaturas. 

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