top of page

La tabla periódica

  • Writer: Escritura Virulenta
    Escritura Virulenta
  • May 29, 2020
  • 3 min read

Updated: Jun 1, 2020



En mi imaginación llevo diez años acostándome con un químico y cuando se ausenta de mi mente hago un minuto de silencio, un tierno duelo. Me pasa que a cada hombre que me entrego le cedo una parte diferente de mi cuerpo, como un fetiche de mí misma que se instala, queda en mute hasta que el beso lo reclama. Se convierte en el tesoro que se encuentra entre gemidos y latidos, ese botón rojo que hace sexo todo el sexo. Si ya estoy curtida de coitos variopintos es extraño que con él haya escogido el símbolo más obvio, el pecho. Cuando hacemos aguas ambos, subo la persiana de mis prendas y le muestro ansiosa el cielo, esperando que llegue el alunizaje de su boca y se despliegue la absoluta rendición del cuerpo entero.

Me pregunto si ante el la tabla periódica de los elementos, mis tetas han centralizado el erotismo, me pregunto si ellas quieren que pase de ser su boca a la de un crío, me pregunto si requieren más función que en el pasado y si en lugar de recibir el brochazo de su leche quieran darla. El sexo no se puede hacer preguntas, el sexo debe simplemente contestarlas.

Pregunta número cero, qué es el deseo.


Es la sed arrastrada y derrapando desde 1100 antes de cristo, y un vaso de agua con gas entre sus piernas, y me da de beber con cada dedo, con cada empuje y hasta con el último pelo de su pecho que queda de señuelo a la mañana.

Es la patadita debajo de la mesa, recibida como la numeración que abre el candado, es el guiño desde el otro lado del garito, es su mano apoyada en mi muslo, esa mano que pesa 1 gramo y también cien mil kilos. Es mi cuerpo tomando una forma diferente por cada centímetro que avanzo, caballo, reptil, araña, anfibio, y cuando llego a tocarle soy la bestia magnífica que danza.

Pregunta número uno, qué es el placer.

La rendición que se retuerce, el baile petazeta de la carne, el espíritu jocoso de un mar embravecido de marinero borracho y victorioso que se cuela por mi coño fugitivo mientras en un brote botánico de dulces se desliza la última gota de miel que parte el cráneo en mil pedazos.

Pregunta número dos, qué es el orgasmo.

Como dijo Argullol: “el infinito y el desierto”. Y en ese escenario, la punta de mi dedo gordo que asoma entre las dunas y desde la atmósfera una bola de helado cae directa a su hinchadura.

Mis ojos en blanco ante la amargura del mundo, masticarme una paleta de colores y soplar después su nuca sudada de embestirme.

A veces también es un fracaso, cuando llego a medias como un lápiz mal borrado, quizá porque se me turbió la imaginación y un viejo apareció de pronto en plena escena, porque mi compañero vio mucho más porno o porque simplemente a veces nada rima con nada.

Me da miedo decir que a veces el orgasmo no me importa y preliminaría todo el acto y que todo sea lamer bolas de helado y hasta el fondo el cucurucho.

Pregunta número tres, qué queda después.

A veces lloro al terminar, me demuestro a mí misma que entre tanto cuerpo mi alma está encendida y compruebo que la línea entre el placer y la pena no existe, que es todo lo mismo, que sí existe el desierto al que volvemos a estar solos después de engancharnos como perros, y el compañero se marcha al otro lado de la tierra igual que acaba en el otro extremo de la cama el compañero, tocándote un milímetro de carne con el pie, ese dedo gordo de nuevo que asoma entre la arena.

Pregunta número cuatro, qué es ser mujer.

Poner el culo en pompa me ha venido a la cabeza, oler como lavandas, vete a saber qué es ser mujer.

El otro día el químico me miró desde su escorzo y me dijo qué bonita estás con esa luz y no sabría deciros si en ese momento fui más mujer que cuando cago. Qué tontas las preguntas que me hago, se me olvida que el sexo debe simplemente contestarlas.

En el sexo soy mujer no tengo dudas, pero he querido penetrar muchos cuerpos con mis labios, mi nariz y por supuesto con mis dedos. El deseo se funde en toda mi estatura femenina, me da miedo perder mi juventud por si con ella se va la avidez de la figura y me siento tonta por creer que el sexo es joven. Guardaré la carne prieta aunque sea un solo músculo capaz de abrazar con fuerza a una persona y la soltura de garganta que sea capa te decir “te amo, cuerpo” más allá de los ochenta.

Pregunta número cinco,

por el culo te la hinco.

コメント


Escritura Virulenta   2020

bottom of page