Dos miradas
- Escritura Virulenta
- Jun 26, 2020
- 5 min read

1.FANG YIN
En la esquina más negra del puente, aquel mediodía Fang Yin recobró el conocimiento solo para tirar la litrona sobre la que dormía y ver cómo se hacía añicos en el asfalto. Empezaba a ver gente por la calle y eso le asqueaba. Demasiado pronto, ¿ya pueden salir? Eso significaba que iba a volver a ver a la dueña de la tienda de zapatos, que siempre que no había nadie delante le tiraba una colilla o le insultaba “vete a tu país” “vosotros habéis traído el virus” con una inocencia y un candor que casi le hacían llorar, lozana de piel brillante como la paja al sol, un saltamontes entre las rocas, el “chof” de una ciruela madura cayendo en un adoquín, gracias a quien se fumaba colillas con olor a Eau de Rochas cada mañana. A ella sí la echaba de menos.
Se incorporó en su camastro hecho de edredones sucios y quemó un resto de pegamento que le quedaba. Alguien le había dejado un envase con comida dentro, como si fuera un gato. Los pudientes solo se entienden a sí mismos, dejan comida como quien extiende su mano benévola hacia el cepillo, para comprarse su propio cielo, si de verdad estuvieran pensando en ella le habrían dejado un par de orfidales. Algunos incluso se habían atrevido en las semanas precedentes a acercarle paquetes de pasta y otras mierdas que se iban dejando amontonadas en lo que ellos llaman “bancos de solidaridad”. Su asquerosa moral es invasiva, una mancha de petroleo que se extiende cubriendo todo lo salvaje de una membrana pegajosa e impermeable, ensimismados... los putos buenistas que me tienden croissants como si me hubiera dejado la piel trabajando de camarera en el restaurante de mi tío en Cantón y alguna mafia me hubiera traído aquí sin querer porque de tanto trabajar no sabía leer, pero no. No. Calada profunda de pegamento y roña, la última que podía apurar. Por lo menos sus hijos tienen la decencia de mirarme a los ojos con estupor y miedo tras sus mini mascarillas de tela ecológica de estampado de animalitos, ellos todavía no están contaminados con su enfermedad, borrachos de sí mismos. Pero lo estarán.
Esas mascarillas que llevan son su miedo a perderlo todo, a perder la vida. Esa que tienen en tan altísima estima. Ojalá de nuevo la pandemia, su histeria de encerrarse solitos, qué bien se estaba entonces, la ciudad era mía... y de las ardillas. Habría necesitado donde conseguir provisiones, cierto. Pero todo estaba mejor sin montones de ellos pululando sin sentido con sus medias caritas rosas azoradas de no saber. Son tan tiernos como letales.
Eso pensaba Fang Yin mientras salía de orinar tras unos arbustos y se dirigía a rebuscar alguna lata de cerveza recalentada por el sol. Ella no lleva mascarilla y no teme que nadie le reclame hacerlo. Ella solo aspira a ser un jirón de niebla, humo pesado que se huele pero no se ve, que se mete por los rincones negros de hollín de la ciudad.
2. NINA
Yo no sé por qué me dicen todo el tiempo que tengo que llevar la mascarilla, si ellos están en los bares sin ella, o se pasean con ella bajada por la calle. A lo mejor tendría que ponerme a fumar porque los que fuman son unos morrudos, pero mamá no me deja. Nuestro parque está todavía cerrado y nos dicen que es muy peligroso entrar allí, pero los mayores se sientan en la terraza a tirar sus cigarrillos dentro y eso sí que es asqueroso, pero nadie les dice nada. Mi mamá dice que para ellos, nosotras contamos menos y yo no entiendo por qué, si también me ha dicho que cuando sea mayor voy a pagar las “pasiones” de los mayores pero yo no voy a querer porque los mayores siempre hacen lo que quieren y a nosotras nos mandan callar y eso es muy injusto.
El otro día salimos al paseo del confinamiento y unos policías nos dijeron que nos teníamos que separar, que no podíamos ir con Andrea y mamá y papá. A Gadea la he escuchado decir que a los niños nos tienen miedo porque somos como las ratas de la peste, solo que nosotros llevamos el coronavirus. A mi me gusta ser como una rata de la peste y que los demás me tengan miedo, pero no me gusta que me digan que no puedo ir con mamá y Andrea por la calle porque además no había nadie y si salimos nos tenemos que ir cada una con un padre y no podemos jugar ni perseguirnos con la bici.
Cuando bajamos a la frutería íbamos con la mascarilla puesta, menos Andrea que como es pequeña se le cae pero a mi no porque me han comprado unas especiales. Nosotras queríamos ayudar a mamá a poner la verdura en la bolsa pero de repente se enfadó muchísimo porque decía que lo estábamos tocando todo (era Andrea) y nos regañó y yo me puse a llorar y un señor que tenía su mascarilla puesta en el brazo me dijo que dejara de llorar como una niña pero yo no lo entendía porque soy una niña y si no puedo llorar como una niña, ¿cómo quiere que lo haga, como un ciervo? Pero los ciervos no lloran, me lo ha dicho mamá, y además ese señor era muy feo y estaba rojísimo por toda la cara.
Yo ya sé que el coronavirus está de moda en todas partes porque siempre que pasa algo es por el coronavirus, pero yo ya lo conocía de antes porque Tato y Nano me habían enviado el cuento de Astérix y lo había leído muchas veces.
Hoy me ha tocado videoconferencia con Teresa y aunque hacía que miraba porque sabía que mamá me estaba escuchando, yo estaba dibujando mamuts y además yo me aburro y no entiendo por qué tenemos que hacer eso, no sé para qué sirve poner garbanzos en vasos. Fernando me ha dicho que ha escuchado a su madre decir que no vamos a volver al cole y ella se va a tirar “por la cabeza a un puente”. Ayer sin que se diera cuenta papa abrimos la nevera Andrea y yo y sacamos los macarrones y nos los comimos debajo de la mesa sin que nadie se diera cuenta y yo prefiero mil millones de veces hacer eso y dibujar antes que tener que ir a clase de Pedro a que nos ponga circulitos en inglés. Yo si quiero ir al cole es solo para perseguir palomas y matar hormigas con Martín y Lucía. Lo demás no me interesa.
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