Aquinino y Joaquinita
- Escritura Virulenta
- Apr 10, 2020
- 4 min read
Updated: Apr 20, 2020

Enrique Urtado había pasado toda su vida observando a los demás y esto había dejado mella en ese cuerpo esbelto que conquistó a Carmen Lastro en aquello que hoy día les parecía no solo otra vida, sino que una vida de otra alma que no tenía que nada que ver con la suya. El observador Enrique: culo más plano que Castilla la Mancha, bulto estomacal insistente en negar la existencia del indispensable cinturón, hombros desgastados de congratulaciones por las buenas labores de su oficio, ahora, igual que el resto de sus vecinos, tenía que quedarse en casa a verlas venir, sí, pero de forma pasiva, sin clicks fotográficos, sin el maravilloso sonido del cierre de diafragma, sin tener que mancharse la camisa por comer en el coche a esperas de que tales infieles se dieran un lengüetazo de despedida a la intemperie, sin instalaciones de cámaras en maceteros de bares, sin nada.
-Joder, a ver si termina pronto esta pandemia de los cojones. ¡Caramelitoooo, oye, cariño, dónde está la leche?
- Donde siempre, melocotón – contesta Adela con voz seca, en un tono bajo que no permite que su mensaje llegue al interlocutor, mientras, se sigue arreglando el peinado. Lo escucha rebuscar por la cocina: primero abre los cajones, luego el armario de debajo del fregadero, el de arriba de los fogones que sirve para cubrir el tubo del extractor, cada unos de los otros cinco armarios que hay en la cocina y luego recorrer el pasillo hasta la despensa.
-¡Ya la he encontrado, no te preocupes!
Clotilde se pone los pendientes y se da unos toques finales de colorete. Así, que resalte mi vitalidad, que se vea lo saludable que estoy. Mariano aparece por la puerta:
- Te he preparado un café, torroncito. ¿Te vas de nuevo?
- Sí, pompita, voy a comprar para hacer un buen guiso y celebrar el día 33 que estamos aquí encerrados. Uno de esos guisitos que tanto te gustan, pichoncito mío. – Al pasar por su lado camino al recibidor piensa que para ser más convincente podría darle un pellizco en el culo, lo hace y acaba rompiéndose una uña en esa odisea de encontrar algo de carne al otro lado del vaquero. ¡Mierda, ahora que no hay ninguna salón de estética abierto!
Cuando se cierra la puerta Antonio se acerca a la ventana. Hace un día estupendo, voy a aprovechar este solecito para ponerme al día con los números de As atrasados, ya casi no me quedan argumentos para darle la contra a Mefisto. ¡Qué maravilla! Estoy como un rey, ojalá dure esto de las vacaciones forzadas, hacía años que no pasaba tanto tiempo con mi Sarita, con todos estos abrazos que me da ahora, se pone más guapa que nunca, y venga a salir a comprar todo lo que me gusta, ¡hasta ha hecho torrijas como las que hacía mi madre! Casi se me saltan las lágrimas el otro día. Me tiene consentido. Mira, ahí va el idiota ese de Marcelino, pobre hombre, toda la vida solo, ¿seguirá siendo virgen? ¿A estas alturas habrá algún adulto que sea virgen? Bah, claro que será, ese no tiene agallas pa ir de putas. Ahí va a leer de nuevo, ya verás. ¡Esa cara de profesor de universidad que tiene! ¿Y si hago como que no lo veo y le tiro la colilla? Bah, no voy a malgastar un cigarro con ese, ¡más quisiera él! Es que a veces me entra esa malicia de mi juventud, ¡pa que digan que uno cambia! ¡uno siempre es el mismo, joder! Aquella vez, Margarita, que nos revolcamos en el descampao aquel de debajo de tu casa y te quemé las medias con el cigarro porque no podía tener las manos quietas, y tú venga a hacerte la remolona y a querer zafarte cuando lo que querías era que te sobara toda, de arribita abajo, menos mal que te convencí y, o que te hice un bombo, metí gol, qué sé yo, y te acabaste convenciendo de que era el hombre de tu vida. ¿Oh, pero qué ven mis ojos? ¡Qué culo, por dios, qué bien puesto!
- ¡¡¡Guarra!!!
Escóndete, imbécil, ya te digo yo que sigues teniendo la misma lozanía que de joven, madre mía, es que tanto pensar en Virtudes que me he puesto como un toro. Ya no mira. Pfff, es que desde aquí arriba se ve todo a la perfección, ¡gracias primavera! Mira esos pechitos deseando ser colectados, son como dos melocotones. ¡ñam, ñam! Bueno, Joaquín, para tres personas que pasan y te pones echo una furia, venga, vamos a leer el maldito As, a ver qué dicen del gilipollas este del Ronaldo y su puta madre. Mira, ahí baja la del culo, ¡ay, joder! Espera, espera, espera, ¿pero si esa es mi Rosi? ¡madre mía! Se me va a caer el pelo, seguro que ha reconocido mi voz, a ver a ver, que no me vea, me voy a meter a la ducha y así no va a poder decir que he sido yo. Yo cariño estaba en la ducha.
El tonto de Pedro se mete en la ducha, se refrota bien sus huevos, la espumita sale más con tanto pelo. Laralalala. Se acaba el agua caliente, el espejo está empañado y todo el suelo lleno de agua. Sale de la ducha. Chof, chof, chof. Agudiza las fosas nasales que no detectan el aroma del guiso, se saca el tapón de cera del oído y a pesar de ello no registra ningún sonido que no sea el televisor de sus vecinos. Qué raro que Carmele no haya llegado aún.
Sale a la ventana a ver qué sucede en el mismo momento en que la mirada de Rosario hace el recorrido a la inversa, cruzando el portal de la casa de Amancio, retocándose el peinado, con un libro bajo el brazo, la cesta vacía y sin haberse asegurado de que su marido no estuviera en el balcón leyendo el As como tenía costumbre durante todos estos putos días de la cuarentena, que a ver si se acaba ya, joder.
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