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Los sueños de la alacena

  • Writer: Escritura Virulenta
    Escritura Virulenta
  • Apr 24, 2020
  • 2 min read


El suelo de la cocina estaba frío bajo mis pies descalzos, cada baldosa se unía a la siguiente por una fina línea negra, era consciente de avanzar de una a otra debido a la rugosidad de las

líneas negras. La cocina era grande, blanca, con dos niveles; en uno de ellos colgaban diferentes utensilios de la pared: cacerolas, sartenes, cucharones, cuchillos que apenas dejaban ver la pared blanca. Todo lo iluminaba una bombilla colgada de un cable en medio

del techo.


Era una noche cerrada y apenas podía ver la luna nueva entre las nubes, al acercarme a la mesa al lado de la ventana me encontré un trozo de pan, lo mordí un poco y me senté en la silla de madera verde; delante de mi estaba la puerta azul ibicenca, me quedé mirándola sintiendo el frío que me llegaba de los pies. Miré la aldaba en forma de cabeza de caballo, no había que usarla porque la puerta conducía al pasillo pero siempre estuvo esa cabeza equina ahí, al menos desde que tenía memoria.


Me levanté y la acaricié, toqué lentamente las orejas puntiagudas, el relieve de su crin y su hocico y la golpeé.


De repente la puerta se abrió sola y para mi sorpresa apareció un camino de un bosque de pinos, en un día soleado, sin dudarlo pasé la frontera y dejé la cocina a mi espalda, la tierra estaba húmeda y el sol me calentaba el cuerpo, el sol pasaba entre pequeños haces a través de los pinos, sentí la humedad de los helechos, el rocío del musgo, vi pequeñas ardillas escondiéndose a mi paso , rozaba con mis dedos los troncos que iba dejando a cada lado, a lo lejos pude divisar un claro de flores amarillas, eran dientes de león, me tumbé y me dejé abrazar por cada una de ellas, cerré los ojos y respiré hondo, llenando mis pulmones de todos los olores que me rodeaban, imbuida en esta tranquilidad me sobresalté al oír un relincho muy

cerca , me senté y a mi derecha se encontraba un imponente caballo negro, me miraba desde sus ojos oscuros, estaba sudoroso y respiraba agitadamente, me dio la sensación que llevaba mucho tiempo buscándome. Me levanté despacio y paso a paso me fui acercando, le acaricié con la suavidad que se acaricia algo que no quieres que note que le estás tocando, como si de un recién nacido se tratase, era suave y terso, podía sentir cada uno de sus músculos y su

cabeza imponente en un giro inesperado empezó a acariciar mi cara, nos quedamos pegados el uno al otro y de repente estaba encima de él, galopando entre los pinos, cada galope me hacia respirar más fuerte y nuestra sincronicidad de movimiento hizo que nos convirtiéramos en uno, mujer y caballo, esto es lo que debían sentir los minotauros, libertad absoluta, mi animal salvaje se había despertado.


Agotados paramos al lado de un río y caímos en un sueño profundo con sabor a moras en la boca.


Me desperté con el sobresalto del calor en mis piernas y al abrir los ojos me encontraba de nuevo en la cocina, mamá hacia café y me sonreía, miré la puerta y el caballo me guiñó el ojo.

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Escritura Virulenta   2020

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