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Mis medias verdades

  • Writer: Escritura Virulenta
    Escritura Virulenta
  • Apr 25, 2020
  • 4 min read

Updated: May 10, 2020



Son las 6:30 de la mañana del día 43 de confinamiento. Me he despertado después de otra pesadilla y he buscado a M. en la cama para regresar al cuerpo - que es regresar al presente- y él no estaba. Me doy cuenta enseguida, pese a que sigo sintiéndome aterrada (literalmente sin tierra) de que no se ha podido ir muy lejos, que no se ha marchado más que a dormir a la otra habitación porque el vecino andaba dando por culo a las 3 de la mañana. Desde la calma chicha que me ofrece la explicación de su ausencia, me estiro por completo en la cama, ocupo todo el espacio, me encargo de no dejar ni un hueco vacío de mí. ¿Será este un buen momento para abrirte la puerta? Todavía está densa la oscuridad, la noche parece larga y por fin estoy sola.


Tengo tantas puertas cerradas que sólo las ventanas abiertas saben que abrirlas sería provocar una corriente en mi cuerpo que haría estallar sus cristales. Vamos, valiente, me digo en voz queda. Y entonces recuerdo que la palabra valiente era la contraseña que mi hermana usaba para todas sus cuentas. Valiente. Qué paradaja su cobardía y ese anhelo de atreverse a vivir. No soy capaz de llamar a  esa puerta y la observo inmóvil desde este pasillo imaginario que me protege y asusta a la vez.


Esa no. Esa puerta permanece cerrada incluso en estos tiempos en los que en el centro de la vida hemos puesto los cuidados. Ya tengo bastante con cuidar de mí que últimamente requiero un cariño especial que no siempre me tengo.


Pero a ti sí puedo abrirte la puerta porque además llamaste esta tarde con una foto de guayaba que yo asumí que eran guisantes pero luego te escuché decirme: mirá qué linda que está la guashaba que es un fruto silvestre, nativo de acá y supe que no eran guisantes y también supe, por el escalofrío, que al menos te sigo queriendo. Así que a la mierda, puedo asumir cualquier otra cosa que traigas en los 18 minutos y medio restantes que suman los 5 audios que me has dejado.


Pero antes de dejarte entrar, voy a abrir la puerta para asomarme yo al  otro lado con mis medias verdades paridas recientemente después de 10 años de embarazo.


Querido G: me ha gustado escucharte hablarme largo y tendido. Pese a todo, sigue conmoviéndome mucho esa hondura tuya tan otra. He sentido también mucha pena porque finalmente no hayas podido venir.

Decido contestarte así porque la escritura me transparenta, y me seduce la idea de dejarte mirarme otra vez tan desnuda.


Agradezco tus palabras que de nuevo te acercan pese a este abismo que ahora siento que me separa, que se interpone entre nosotros y me arroja a lo que queda de tu recuerdo fermentado. Ojalá nuestro pasado no hubiera terminado. Algo de mi amor por ti se me ha perdido y no consigo rescatarlo. Y me gustaba mantenerte en ese altar al que con tanta recurrencia seguía acudiendo a presentar mis ofrendas. Es duro desamarte porque me ha hecho darme cuenta de que hasta el pasado es dinámico, que ni siquiera el recuerdo puede permanecer a salvo del tiempo, y ahora tengo esa certeza porque algo ha  transformado lo que vivimos  pese a todo el empeño que he puesto estos años en disecarlo. Quería conservarnos para siempre vivos en la memoria porque desprenderme de nosotros era decirle adiós a una parte fundamental del relato que me hacía de mi existencia. Y sin embargo, la noticia de tu llegada, la idea de volver a verte diez años después, me asustó tanto que necesité quitarle la sábana al fantasma y cuando lo hice me asustó más encontrar que ya no quedaba nada. Me resisto a aceptarlo, así que traté de zambullirme en la memoria del cuerpo y miré durante un rato largo el tatuaje en mi espalda, esa cruz del sur que cargaba la presencia de las tardes en la rambla con aquel vino patero que nos emborrachaba, mientras leíamos fragmentos de Baricco y mirábamos el río mar desde la misma orilla, y nos besabamos las heridas recientes de otros amores frustrados. No funcionó. Ya no sentí la sacudida violenta que tantas veces me había dislocado.


Ya ves, querido G, que no mentía aquella última tarde en el parque rodó mientras tomando mate y tostadas con queso te dije que me tomaría en serio mi oficio de amarte. Era joven y valiente, es verdad, y tú me advertiste de mi inocencia cuando también te dije que estaba segura de que le contaría a mis nietas que el amor de mi vida fue un uruguayo que conocí aquel año del calendario invertido en el que en enero era verano. Tenías razón, ahora ni si quiera me imagino teniendo nietas.


No sé entonces qué tanta es la pena que me da que al final no vinieras, porque necesito aferrarme a la pérdida de tu recuerdo, que es de ti lo que me queda, y sólo sé hacerlo con esta dosis autoimpuesta de nostalgia enferma mientras la madrugada me encuentra despierta en el quicio de esta puerta. 

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Escritura Virulenta   2020

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