Un parche en el ojo
- Escritura Virulenta
- May 1, 2020
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Updated: May 10, 2020

Estoy sentada en un balancín de un parque de columpios, el suelo es mullido y me encanta pisarlo. Tengo diez años, llevo unos pantalones y una camiseta corta con un dibujo de Curro de la Expo del 92 de Sevilla, llevo gafas y mi ojo bueno está tapado por un parche para que el ojo vago se ponga las pilas, el pelo cortado cortito, a lo chico, mi propia imagen me crea ternura. Me balanceo en el columpio hacia arriba y hacia abajo sola, me quedo ensimismada mirando los sauces llorones a lo lejos, veo cómo sus raíces lo cubren todo para llegar hacia el río, no hace frío pero siento el aire en mi espalda y se me pone la carne de gallina, no quiero dejar de columpiarme pero la imagen se evapora y me veo adulta con el pelo largo y nudoso, las piernas no son lo que eran, mi piel no es la que era, ya no tengo parche en el ojo pero ese ojo nunca vio tan bien como me hubiera gustado, ahora tengo más miedos e incertidumbres que cuando era esa niña que se pasaba el día jugando. El jugar se convirtió en una forma de trabajo, la imaginación se convirtió en una forma de entendimiento hacia este mundo de adultos que me rodea y que siempre he sentido al que no podía acceder o que era tan difícil como las instrucciones de montar un mueble de ikea, o de intentar arreglar cualquier problema de aritmética.
Nunca me he sentido en consonancia con el mundo adulto; cuando era niña soñaba con seguir viajando, con jugar mucho a estar corriendo horas en el parque, a inventarme historias para mis amigas, imaginaba que sería bombera para poder bajarme por el tubo las veces que quisiera, soñaba con ser periodista, con ser maestra, pero al hacerme mayor me di cuenta que tenía que trabajar, que el dinero aunque me pesase era necesario para hacer lo que quisiera y trabajar, lo que es trabajar, se me hizo siempre insufrible; me encontraba con normas que no entendía, conocía a jefes amargados y que intentaban amargarme a mí también, aun así vivía acompañada de la imaginación de una vida mejor, de seguir con los días de la mejor manera posible. Cuando me pongo tan triste que parece que todo se viene abajo vuelvo a encontrarme con mi niña del ojo vago y me abrazo a ella y quiero volver a ella en cualquier oportunidad ,
pero siempre dudo si vivir la vida con mi perspectiva de niña de diez años es la mejor, entonces es justo en ese momento cuando aparece mi mujer de treinta y cinco años y me recuerda las cuestas y las lágrimas que he tenido que tener para llegar a ser la mujer que soy, mi eterna dualidad se gesta entre mi niña de diez años y la adulta que sigue creciendo, ser la inocencia del aprendizaje o la escéptica a lo que creo que ya conozco porque ya lo conocí. A veces me gustaría recobrar esa ingenuidad y mandar al carajo lo que me hace adulta, volver para venir más fuerte al ahora.
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