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La primavera del corazón de otoño

  • Writer: Escritura Virulenta
    Escritura Virulenta
  • Jun 19, 2020
  • 8 min read

Papá:


Mi corazón está de otoño, como lo estuvo el tuyo en los primeros años de la década de los 60. Encontré una carpeta con ese título que contenía tus escritos. La mayoría eran cartas a Maripi, que aún no tengo claro quién es porque no tuve conocimiento de su existencia hasta ese momento, aunque también había alguna a tu madre, a la mía, y otros escritos con reflexiones de una madurez bastante precoz.


Desde que decidí zambullirme en esa marea otoñal tuya – me llamaron una vez buceadora a pulmón de lo profundo- he tratado de averiguar quién es esa chica a la que dedicas tantos pesares con la intuición de que tal vez fue sólo una musa, que al fin y al cabo no es sino un pretexto para sacar lo que uno lleva dentro. Tu amigo Justo, al que también dedicas algún escrito y que tampoco conocía hasta ahora, me dijo que eras un hombre reservado en lo relativo a su vida privada, que de tu vida privada nunca supo nada de nada, que sólo le hablabas de Maripi. Sí, me hablaba entusiasmado de Maripi, se notaba enamorado de esa chica. Yo no llegué a conocerla, creo era de Villagarcía. De todas formas pienso fue un amor casi platónico que no llegó a cuajar. Esos golpes en personas sensibles duelen”. Qué lindo tu amigo Justo, te dedica un poema precioso en la última carta que me ha escrito.


Pero yo no vengo a hablarte de tu amigo ni de nuestra correspondencia, tampoco a preguntarte por esta Maripi. Yo quiero hablarte de que mi corazón también está de otoño en esta primavera de 2020 que ha sido la más larga del mundo.


J. dice que lo peor de la muerte es que es para siempre. A ti no te he hablado nunca de J. así que te resumo: es mi paciente favorito. No te preocupes, papá, el mío sí que es un amor absolutamente platónico. De hecho, me siento un poco Socrates practicando la mayéutica, el arte de la partera. Nuestros diálogos nos ayudan a parir lo mejor de nosotros mismos, a actualizar nuestra potencia, como diría nuestro amigo Aristóteles. Como verás, aquí todo está bien contextualizado y tiene carácter filosófico. Lo aclaro por si tenías alguna duda y por si alguien encuentra mi corazón de otoño 40 años después y se pregunta por el tal J. Sí, lo peor de la muerte es que es para siempre.


Han pasado ya diez años desde que te fuiste y el mundo, como tú siempre vaticinaste, sigue yéndose a pique. Durante estos meses he pensado mucho en ti y en lo que habrías dicho respecto a lo que está pasando. Nunca fuiste un hombre huraño, más bien eras de carácter afable, pero sí es cierto que un sabor amargo iba calando tu discurso social y político durante tus últimos años. Tú nunca quisiste contarme a qué partido votabas. A ti te parecía un asunto privado, algo que no se tenía que compartir. Yo nunca entendí ese afán tuyo por esconderte tras los libros, la música o el arte en general. No era fácil verte en carne y hueso, había que intuirte por lo que te conmovía de esa belleza aparentemente más intelectual. Papá, incluso nos ocultaste tu enfermedad. Qué disparate. Pero esta tampoco era una carta de reproches, esos ya los he gritado por dentro hasta la extenuación.


En esta primavera mi corazón está de otoño por otras razones. En marzo de este año un virus ha paralizado el planeta. Sí, como lo oyes. No es una licencia poética, no, es la realidad superando la ficción. Es un virus con nombre, se llama COVID-19 y se ha llevado una cantidad ingente de vidas. Nosotros estamos bien, todo lo bien que se puede estar, la verdad. El plural que utilizo no se refiere a nuestra familia, que también está todo lo bien que puede estar que en realidad es mal (una hace lo que puede). Con ese plural me refiero a nosotros, a M y a mí. Volveré sobre este asunto, este plural que me aloja existencialmente, quizá más adelante.


No puedo intelectualizar mucho sobre el virus, papá, yo en los últimos años soy más de Aristóteles que de Platón, para que tú me entiendas, y me esfuerzo por vivir más desde los sentidos que desde las ideas. Podrás imaginar que con este legado tuyo que me atraviesa, no es tarea sencilla la de regresar al cuerpo y recordar que es morada. Mi cuerpo ha estado confinado durante los últimos meses. Sí, confinado. El dichoso virus nos ha metido en casa a todos. Hemos hecho una cuarentena y ha durado más de 40 días. Nosotros (ahora ya sabes a qué nosotros me refiero) hemos ido anotando los días en una pizarra para no perder la cuenta, para que los días fueran acompañados del peso numérico que nos aplastaba. He pasado bastante miedo, aunque me avergüenza un poco reconocerlo. Creo que me da cierto pudor mostrarte mi fragilidad, tal vez porque siempre sentí que me querías más cuando era fuerte, cuando no dejaba traslucir mis debilidades. No sé si puedo hacerme cargo de la magnitud de esta pandemia para poder contártela bien. Mi amiga P. –seguro que la recuerdas- dijo que lo que ahora pasa más allá de su cuerpo aún no puede narrarlo. Me ocurre algo parecido, papá, no sé cómo contarte este acontecimiento porque todavía estoy tratando de procesarlo.


Desde el 14 de marzo hasta el 4 de mayo de 2020 hemos estado absolutamente confinados. Un verdadero arresto domiciliario. Sólo podíamos salir a comprar lo estrictamente necesario. Aquí necesario recupera su significado. Comida, bebida, y papel del culo. Lo del papel del culo ha sido ampliamente comentando. Se agotó en cuanto se decretó el Estado de Alarma. Yo creo que fue un error eliminar el videt de los baños, porque ha hecho a la gente olvidarse de que uno se puede lavar el culo cuando quiera. Pero el caso es que durante todos esos días, estuvimos encerrados en casa. Ahora que te lo cuento parece un asunto menor, porque quizá esto de estar en casa no te parece gran cosa, tú lo hubieras llevado bien, encerrado en el salón de casa, pero no poder salir a la calle es bastante asfixiante. Nos hemos atiborrado a noticias. Más enganchados que nunca a la actualidad que ha quedado reducida al número de contagios y de muertos al día. No puedo darte cifras, papá, pero han sido miles. En un momento dado parecía peligroso hasta respirar. La población más vulnerable son los ancianos. Siempre lo son en realidad. Me resulta impresionante que la acumulación de años, y de experiencia, nos pueda hacer más vulnerables. En las residencias de mayores este virus ha sido una auténtica masacre. Se me encoje el corazón cuando tecleo la palabra masacre. Ahora que me doy cuenta, lo peor de la muerte no es que sea para siempre, lo peor de la muerte es morir solo. Esto ha sido lo verdaderamente dramático, papá, que todas esas personas que componen esas cifras que desconozco con exactitud, han muerto solas. No sé si estarás pensando que todos morimos solos, ¿tú sentiste que morías solo? Esa idea me ha atormentado durante años. Tan fácil sería preguntarle a mamá si pudo acompañarte hasta el último aliento, pero no nunca me ha resultado sencillo hacerlo. Ella sólo me contó, pasado algún tiempo, que se arrepentía de no haberse metido en esa cama de hospital contigo, de no haber dormido juntos la última noche. Lo peor de que no lo hiciera es el motivo. Ella pensaba que verla asustada habría sido aterrador para ti, así que se mantuvo como siempre muy estoica, y te observó inquieta desde la cama de al lado. Pero estaba ahí, custodiando tu vida que se apagaba. Me ha costado mucho entenderlo, espero que a ti no. Esos ancianos, y otras personas de menor edad, han muerto solas, papá. No poder despedirse cuando sabes que alguien va a morir es un acto de terrorismo emocional. Y eso es para mí lo más grave que ha pasado. No hay minutos de silencio que puedan consolar el ruido de ese dolor ensordecedor.


A partir del 4 de mayo, hemos ido desescalando. Al proceso de desconfinamiento lo han llamado desescalada. Yo creo que es porque esto ha sido como escalar una montaña escarpada y altísima, y ahora hay que descenderla de a poco. Así que primero pudimos salir a pasear durante una hora al día repartidos por franjas horarias y de edad. El primer día mi barrio parecía una romería. Te puedes imaginar ahora las ganas que teníamos de salir al asfalto, que además era una selva porque lo único que no ha estado en cuarentena ha sido la naturaleza. Siempre me ha fascinado como la vida se abre paso, incluso en las condiciones más adversas. Creo que fueron tres semanas de paseos, individuales o con una persona con la que convivieras. Aquí algunos ya se saltaron la normativa, sucumbían a la tentación de encontrarse con familiares o amigos para hacer la compra o caminar. Después de esas semanas, pudimos empezar a juntarnos con gente en terrazas o en casas. Máximo 10 personas. Y ahora la cosa sigue parecida, solo que todos los comercios –los que han sobrevivido al cese temporal de actividad- están abiertos y podemos juntarnos creo que con unas 20 personas. Los colegios siguen cerrados y mucha gente sigue teletrabajando. Sí, teletrabajando, porque ahora puedes trabajar desde casa, tener reuniones desde casa, hacer cualquier cosa desde casa. Esto a mí me tiene encogida, papá. Me preocupa que podamos sustituir la presencia. Me preocupa que poco a poco naturalicemos la idea de que lo virtual es tan real como lo presencial. No sé por qué te imagino rebatiéndome esta idea, porque aunque tú fueras un romántico como yo, creo que estabas preparado para asumir los avances tecnológicos y no tenías esta visión tan carca como la mía. Ya ves que para esto soy mucho más conservadora que tú.


Aunque podemos salir a la calle, aunque podemos relacionarnos cuerpo a cuerpo, no podemos tocarnos. Lo llaman distancia social, aunque yo he decido llamarlo distancia de seguridad. También tenemos que llevar una mascarilla que nos tapa la nariz y la boca y sólo deja libre la mirada, menos mal. Los ojos de la gente están subrayados por ese atuendo de moda en la nueva normalidad. Lo de la nueva normalidad es como se han referido a este nuevo mundo pandémico y virulento. Pero si lo piensas es un poco paradójico porque si es nuevo, no es normal, i viceversa. Pero aceptamos este bautismo para nuestra existencia mundana porque aceptamos todo sin rechistar mucho. Algunos sí rechistan, como podrás imaginar. Ahora tus compadres de la derecha, se ha adueñado de la palabra libertad. Creo que a pesar de tus simpatías políticas con ese bando, te indignaría como a mí que se hayan apoderado de esa palabra para referirse a una restricciones bastante sensatas que les han hecho tambalearse por venir a poner en jaque su noción de estado de bienestar.


El virus sigue ahí fuera, no te vayas a pensar. No hay vacuna de momento y quizá no la haya nunca. Cuando digo esto la gente se asusta. Pero yo no dejo de pensar en el virus del sida que aunque tiene tratamiento, no tiene cura. Y hablo del sida porque no soy ducha en materia vírica. Te gustará saber que hemos montado un club de escritura, se llama escritura virulenta, y ha sido una tabla de salvación durante la cuarentena. He tirado por la borda la vieja escusa del bloqueo y me he atrevido a escribir sin censurarme tanto. Yo sé que esto te pondrá contento. Siempre te gustaron mis escritos, aunque no hicieras grandes aspavientos. Si yo escribiera como lo hacías tú, tampoco me hubiera enloquecido leyendo los desahogos de aquella adolescente que tú conociste y que a veces, no pocas, te confrontaba, pienso yo ahora, con algo tuyo que no supiste acoger demasiado bien. Anteayer le hice una foto a un verso que decía El tiempo todo lo cura se comprende con los años. No sé si este virus tendrá su cura con el tiempo, pero a ti si seguiré tratando de comprenderte con el paso de los años.


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Escritura Virulenta   2020

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