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La dualidad en mi cuerpo

  • Writer: Escritura Virulenta
    Escritura Virulenta
  • May 1, 2020
  • 2 min read

Updated: May 10, 2020


Me enfrento otra vez a la dualidad que asoma desde el vértice de la página en blanco. Esta vieja conocida que me silencia siempre que quiero escribir. Me frustra y me zarandea el deseo. Mis dedos teclean pero el vértigo de la pausa entre palabras me acecha  de nuevo, vive agazapado en mi ventrículo izquierdo y salta sobre mí como un depredador de letras que se alimenta de mi discurso, hecho de jirones desgarrados de mi libro de carne. No lo entiendo porque yo quiero leerme el cuerpo en voz alta y contar, por ejemplo, lo que amo y desamo, lo que quiero pero no necesito, o escribir sobre el miedo que me da morir con estas ganas de vivir que tengo. Quiero aceptar sin culpa esta respiración entrecortada, y saber, al menos, nombrar el hueco que deja de esta ausencia total de inspiración. Me irrita esta tensión en la boca del estómago. Por eso dejo textos a medias y sólo me siento capaz de anotar ideas en esta aplicación del teléfono móvil. Escribe, joder, no lo pienses tanto. 


II. La dualidad del cuerpo: el sabio ignorado. 


Ahora que me siento a escribir con estos fantasmas internos, recuerdo que esta mañana P. me dijo que yo de la dualidad sé bastante. He pensado a qué se refería con eso, por qué me sabe experta en la tensión de los contrarios. Quizá sea porque mi oficio tiene algo de voyeur y es cierto que como oteadora de paisajes íntimos asisto con relativa frecuencia al espectáculo pirotécnico de las contradicciones ajenas y las consecuencias que tienen sobre la paz mental esos fueguitos.  


Tengo una buena colección de dualidades que atormentan al personal, que no nos dejan tranquilos. La que más se repite es la dualidad cartesiana que nos atraviesa y disocia nuestro cuerpo y nuestra mente. La relación con el cuerpo cómo cáscara que aloja en su interior otra cosa que es la verdadera esencia, que contiene nuestro verdadero ser. Miramos el cuerpo como si fuera algo ajeno, como si no fuéramos, solo y tanto, este amasijo de carne y hueso. Nos olvidamos de su sabiduría, la ignoramos por completo. Sólo lo escuchamos cuando enferma y entonces habla un idioma que nadie traduce. En occidente llevamos el cuerpo al médico para que nos digan qué le pasa, qué significa el síntoma que padecemos, cuál es su enfermedad. Es como si el cuerpo fuera mudo la mayor parte del tiempo, cuando está sano. Pero nuestro cuerpo es nuestro mejor biógrafo, siempre estuvo ahí. Fue testigo de cada experiencia, incluso de las que no podemos recordar. El cuerpo tiene un testimonio sincero, el cuerpo lleva la cuenta. El cuerpo que baila y exorciza. El cuerpo que suda la tristeza. El cuerpo que tiembla el miedo. El cuerpo que enciende el deseo. El cuerpo que anhela. El cuerpo que abraza y ama. El cuerpo que da vida y muere. El cuerpo que camina y habita el espacio.  El cuerpo que nos hace presencia. Y cuando le pregunto a un paciente qué le dice su cuerpo de lo que piensa, me mira perplejo porque no lo entiende.

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Escritura Virulenta   2020

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