top of page

Irene

  • Writer: Escritura Virulenta
    Escritura Virulenta
  • May 22, 2020
  • 4 min read

Me llamo Irene que procede del griego “eirene” y significa paz. Yo iba a ser un chico y me iban a llamar Carlos, Carlos como mi tío, uno de los hermanos de mi madre. Carlos como mi primer gran amor. Recuerdo haberle contado esa anécdota al poco de conocernos, con la firme convicción de que algo así venía a confirmar que nuestro encuentro estaba predestinado. Por aquel entonces, ingenua de mí, también estaba convencida de que éramos eternos y ahora somos apenas dos desconocidos que algún día se conocieron muy bien.

No sé en qué se basaba mi madre para intuirme varón cuando me llevaba dentro, cuando éramos parte del mismo cuerpo, cuando aún no se había producido la separación. No sé si es que su deseo era tener otro hijo o si fueron los demás quienes se aventuraron a adivinarme el sexo basándose en creencias como la forma de la tripa o el tipo de antojos dada la estúpida manía que tenemos de sexarnos como a los pollos incluso antes de nuestro nacimiento. Nunca se lo he preguntado y si lo hice en alguna ocasión, lo he olvidado. Como también había olvidado el domingo por la tarde, antes de llamarla para escucharla nombrarme, de qué manera me llama, cómo se refiere cariñosamente a mí. Me impactó no poder identificar de manera inmediata cómo me llama mi madre. Me puso un poco triste, la verdad. Cieliño, sí, creo que me llama cieliño, me dije, pero cogí el teléfono dispuesta a confirmar si efectivamente era así. 


¿Diga? Ah, eres tú, pensé que era tu hermano que lleva días sin llamarme. Bueno, ¿cómo estás?


Y de pronto me pareció absurdo preguntarle: ¿cómo me llamas tú, mamá?


Bien, estoy bien. ¿Y tú?.


Aunque no sé muy bien porque fui Carlos durante los primeros meses de embarazo, sí sé que mi padre, cuando mi madre le contó alborotada a sus mejores amigos, en el bar La Concha en Raxo, que a sus 42 años iba a ser madre por tercera vez, él dijo: será una joya. Y que ese apelativo, Joya, fue con el que se refirió a mí hasta que cumplí aproximadamente 15 años. Tampoco sé porqué mi padre dejó de llamarme Joya, probablemente fuera yo misma quien se lo exigiera porque mi adolescencia, tal vez como todas, fue bastante convulsa y eso nos enemistó. En tal caso, y ahora que su voz se ha desdibujado casi por completo, me arrepiento profundamente de semejante reivindicación.



-Se llama Irene por una actriz española, Irene Gutiérrez Cava - le dijo mi madre a M. estas Navidades. Yo tenía un vago recuerdo de esa historia, tan vago que pensé que mi madre se lo acababa de inventar. Está mayor, pensé con cierta condescendencia, le gusta construir recuerdos, le importa una mierda si lo que cuenta guarda a no relación con la realidad. Ella siempre dice “Madre mía tengo tantos recuerdos, he vivido tantas cosas”, y al decirlo parece que se le agolpa la vida entera en el pecho y que de algún modo le oprime que el pasado ocupe tanto espacio en un cuerpo tan pequeño como el suyo. Así que ahora me llamo Irene por una actriz que le gustaba a mi madre y punto.


Cuando era pequeña me encantaba mi nombre porque me parecía un nombre distinguido. Ninguna niña de mi clase se llamaba así, y eso me encantaba. Me hacía sentir única y especial. Estuve en un colegio bilingüe hasta los 10 años y allí algunos profesores me llamaban Airin, Airin Walls, y a mí eso me chiflaba porque me parecía nombre de escritora. Y yo quería ser escritora, aunque la vocación competía con un deseo ahora inexplicable de ser traumatóloga, que yo creo que lo que pasa es que pensaba que era ser experta en traumas, y me parecía un oficio muy necesario en mi familia porque ya la intuía un poco disfuncional. No comparto esa creencia que viene a decir que una elige la familia que le ha tocado. Pero está claro que esa familia de la que una procede, ese útero relacional que nos arroja al mundo de los afectos y los condiciona, es en el que una escuchar por primera vez su nombre y sí creo que nuestro nombre construye identidad.


Mi abuela materna, a la que nunca llamé abuela sino Oma por sus raíces germanas, siempre me llamaba ratoncita rabuda. Supongo que lo de ratoncita era porque mis paletas son grandes y lo parecían aún más cuando era pequeña. Lo de rabuda es bien gallego y creo que significa algo así como persona de carácter áspero, agrio y desapacible. Mi abuela paterna, a la que siempre llamé abuela a secas, ni yaya, ni abu, ni nada que se le parezca, me llamaba en correspondencia Irene. De mis abuelos a penas guardo recuerdos, al materno prácticamente no lo conocí y sólo recuerdo sus manos deformadas por la artrosis moviendo piezas del ajedrez. Al paterno lo recuerdo siempre detrás de un periódico gigante y diciendo carallo.


Mis hermanos, durante el corto periodo de tiempo en el que ejercí de hermana pequeña, me llamaban bicho.


Mis amantes, y aquí entiendo por amantes a los que me han amado, me han nombrado de distintas formas: nana, i, Paredes, maldita, Irenuska, Little One, Sirenita. También me han llamado simplemente amor.

Irene Madreselva es el nombre que me ha sido asignado en este club de escritura virulenta. Pude elegir entre Madreselva y otro nombre y no dudé en mi elección. Me resulta un nombre corajudo, y me hizo recordar a Pasito, que era un cliente de la cafetería que fue mi segunda casa en Buenos Aires, porque él me llamaba Madrileña Corajuda. A veces, cuando me veía llegar desde el otro lado de la vereda, me gritaba: Madrid, madrileña corajuda sos vos. Esa cafetería se llamaba Mocambo, que significa la casa con todo lo necesario.


Madreselva.

De madre y selva.


1. f. Mata de la familia de las caprifoliáceas, con tallos sarmentosos y trepadores, hojas elípticasy opuestas de color verde oscuro, flores olorosas y fruto en baya con varias semillas ovoides.


Me gusta que me llaméis así.

Comments


Escritura Virulenta   2020

bottom of page