Aquí y ahora
- Escritura Virulenta
- Apr 4, 2020
- 2 min read
Cómo habitarlo sin la tentación de habitar otro espacio que no sea sólo este cuerpo algo entumecido por una quietud tan inquieta.

Recurro a este silencio que me regalan los vecinos de mi patio de media manzana un sábado temprano. Este silencio que no quiere decirse muy alto para no despertarlos. Hoy no quiero escuchar el rumor de su cotiano, tan salpicado por la incertidumbre de otro día que se despliega ancho y se pregunta cómo ser primavera sin poder ser un verde exultante en mi retina, que se cansa de no encontrar horizonte sobre el que descansar.
M. duerme y su descanso es también placentero para mí. Estoy enfadada con él por haber sido el protagonista de las pesadillas de esta noche que me han despertado con la respiración muy agitada y bastante desasosiego. Para aplacar mi enfado me digo que los sueños no construyen realidad. Pero qué coño, acto seguido reivindico mi derecho a seguir enfadada y tirando de carrete, recuerdo que fue él quien se negó a que tuviéramos un perro, que sería maravilloso ahora que son ellos quienes nos sacan a pasear. Caramujo, mi perro sólo imaginario, sería ese amigo fiel que excusaria este impulso de desobediencia y me permitiría salir y correr. Salir corriendo, fuera de este aquí que no sabe ser ahora. Me adelanto, proyecto, nunca he sido una persona paciente. Y lo detesto. Cuando era pequeña le preguntaba a mi madre mientras estábamos comiendo que habría para cenar. Y cuando sonaba el despertador para ir al colegio, contaba con los dedos las horas que quedaban para que llegara la noche y volver a ponerme el pijama. Ahora pierdo la cuenta contando días con los dedos y no me dan.
Me estoy desviando de la cuestión principal. Aquí y ahora M. sigue durmiendo y los vecinos empiezan a despertar. Sigo enfadada por su falta de previsión, porque ahora Caramujo nos salvaría, joder. Me asomo a esta ventana raquítica que estos días es el altar al que acudo con mis plegarias menores, y observo la ropa tendida en la cuerda en la que me quiero colgar. No es una ideación suicida lo que me domina, es sólo el deseo de ser un trapo recién lavado secándose al sol. Quiero que el aire atraviese mis tejidos y me sacuda la inquietud. Quiero que la luz natural me coloree como a un mandala de los que pinto en las tardes tontas de verano en las que disfruto del aburrimiento. Pero mi zozobra es de carne y cala hasta los huesos.
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