Alarma perdida
- Escritura Virulenta
- Apr 17, 2020
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De la casa del señor profesor me llevé la Olivetti, una pipa, unos libros en francés, sus gafas de ver con sus respectivas fundas, y carpetas vacías. De la casa de la señora Carmen me llevé una sombrerera llena de sombreros de niña pequeña de la posguerra, una gorra militar y tres pamelas. De la casa de los viejitos me llevé cuatro cazadoras de hombre, tres abrigos de mujer, una camisa de flores con hombreras y diez camisas blancas. De la casa de mi abuela me llevé la cajita del elefante, con flores aromáticas dentro, recuerdo de la boda de Alberto y Merchy. Cuando la cogí, vi a mi madre coger la cajita de los pelos rizados que guardaba mi abuela en la mesilla de noche. Esa cajita la vi por primera vez cuando era pequeña y pensé que eran de mi prima, que tenía el pelo rubio y rizado. Nunca pregunté por qué guardaba la abuela el pelo de mi prima. Supongo que intuía que algo pasaba con eso, y me daba un poco de miedo. Cuando crecí y vi la foto del niño que murió, entendí que eran suyos, y no de mi primita. Ahora mismo está sonando la alarma de todas las noches, 00.11. Alguna casa de mi alrededor está vacía, y tiene una alarma puesta a estas horas. Curioso. Llevo rescatando objetos personales toda mi vida. Esos objetos que, si no los rescatas, acaban en una caja con el nombre de “objetos perdidos”. Yo los salvo de la perdición. El señor profesor sufrió un infarto y ningún familiar quiso llevarse sus objetos personales. Una de mis tías trabajaba en la inmobiliaria que gestionaba el apartamento. “Si quieres algo, tendrás que ir hoy mismo”. Fui con dos interesados más. Fue como entrar en la tumba de Tutankamon, pero en versión provincias. Había lámparas, copas minúsculas, tacitas de té, marcos, láminas, … cada uno se llevó lo que pudo. Pero no pudimos salvar todo. Una amiga me pidió hace poco que fuera la encargada de encontrar sus tesoros si algo le pasaba. Si pudiera, tendría un museo con cada reliquia que he salvado del olvido, como hizo Saverio Tutino con los diarios en la Casa de la Memoria en la Toscana. En la puerta de mi habitación hay un Jesús bendiciendo al pueblo judío que se tridimensiona. Esto fue un regalo de un chico que conocí en una fiesta, y que de camino encontró esa estampa de Jesusito tirada en la calle. Me recordó a que, durante muchos años, encontraba cartas de póker en el suelo y las guardaba como amuletos en mi cartera. Me viene de repente esa cinta de hace décadas, donde se grabaron mensajes de contestador, y que tiempo después encontró una chica en un mercadillo. La chica realizó un cortometraje donde interpreta cada palabra que suena en ella. Me hubiera gustado ser ella y escuchar por primera vez algo así. Si cada uno de los objetos sonaran, nos contarían la historia que llevan dentro, como la cinta del mercadillo. Pienso en lo que contarían los que fueron míos, que llevan algo de mí y ya no están conmigo. Espero que alguien les salvara, y que no estén perdidos.
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