El charcutero que lee a Schopenhauer

J. dijo que vendría.

- Puedes tomarte el tiempo que necesites para pensarlo- le dije interrumpiendo el silencio denso que dejó entre nosotros su respuesta. Porque hay silencios con cuerpo, que ocupan el espacio. - No. Ya lo he decidido. Es que la diferencia entre ir o no, es como la diferencia entre ver una película desde el sofá de mi casa, que es muy cómodo, sí, pero no es lo mismo que ir a ver la película al cine. Cuando vas al cine disfrutas de toda la -experiencia- dijimos al unísono. Efectivamente, la experiencia. En el cine no sólo ves la película, para verla tienes que desplazarte y en el desplazamiento pasan cosas. Te cruzas con la vecina que te gusta en el portal, caminas hasta la parada del autobús y sientes la primavera sacudiéndote en la cara.  Y tampoco es lo mismo verla en la sala rodeado de otras personas, a mí me gusta hasta escuchar a los demás masticar las palomitas, no te digo más. Igual es una grosería lo que voy a decirte, pero es como hacerte una paja o follar con alguien. Nada que ver. Así que yo el miércoles prefiero ir porque ya me pesa tanta virtualidad.

J es desde hace un tiempo mi paciente favorito. El charcutero que lee a Schopenhauer. Hijo de chabolistas, nacido en el corazón del barrio de la uva en los 80 tiene más sabiduría que cualquier catedrático de universidad.

El chascarrillo de J me hizo pensar en el texto de la semana: el orgasmo. No puede ser que me cueste tanto asomarme al placer, yo que soy de sobremesas largas, que encuentro belleza hasta amasando entre los dedos las migas de pan que quedan en el mantel. Y es que para mí el placer siempre va íntimamente ligado a la belleza. La belleza es placentera y el placer siempre es algo bello. En realidad, hasta podrían ser la misma cosa. Pero el orgasmo, ¿qué es el orgasmo? El latido del placer en el cuerpo, la belleza que explota y nos hace eléctricas.